¿QUIÉN QUIERE VOLVER A LA NORMALIDAD?

Cabe la posibilidad de un retorno a algo peor de lo que había.

Juan Carlos del Valle
Columnas
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Juan Carlos del Valle

Existe un anhelo de regresar a lo que había antes, una nostalgia por un pasado que, aunque reciente, ya se advierte remoto, como de otro mundo. Y aunque normalmente soy de los que tienden a creer que el mundo de ayer era mejor que el de hoy, puedo decir en este momento con toda seguridad que no quiero volver a la normalidad.

Y es que esa realidad, tan añorada, es la que nos trajo aquí en primer lugar. Por ningún motivo me interesa retomar esquemas en los cuales la libertad creativa esté sistemáticamente asfixiada por un grupo de instituciones coercitivas y cotos de poder impenetrables e indiferentes a todo lo que no sirva a sus propios intereses, generando dinámicas disfuncionales y tiranas con espacios expositivos secuestrados, curadores que funjan como dictadores del gusto, políticas culturales discriminatorias y centralizadas y sistemas educativos deficientes. Lo que había antes de la pandemia no servía. O mejor dicho, servía a pocos y por las razones equivocadas.

Si volvemos a lo mismo que había antes —como están clamando muchos— querrá decir que, aunque todo haya cambiado, nada habrá cambiado. Después de todo, no habrá habido ningún aprendizaje, ninguna reflexión. Estaremos frente a un mundo revolucionado quizás en sus formas pero estático y anquilosado en el fondo. Permanecerán las posturas impuestas a fuerza de costumbre, las prácticas injustas y las voces mansas y silenciadas.

Voluntad

También, sin embargo, cabe la posibilidad de un retorno a algo peor de lo que había. Esto es, al mismo mundo del arte elitista y desigual, pero con más restricciones —presupuestales, sanitarias, ideológicas y sociales—, más radical y más polarizado; con una brecha cada vez mayor entre quienes han ostentado el poder durante tanto tiempo —algunas galerías, artistas y curadores selectos— y todos los demás. Es muy probable que ante una sociedad apanicada, desarticulada y confundida, se implanten con mayor facilidad que nunca dinámicas culturales represivas y manipuladoras.

Así, pues, parece claro que la pausa en la que nos encontramos es en realidad un periodo de transición. ¿Pero exactamente hacia dónde estamos transitando? Podemos —y, creo, tenemos la responsabilidad— replantear los viejos esquemas y vivir desde un sistema de valores diferente; uno donde imperen el bien común, la libertad, la conciencia, la decencia y la bondad; un nuevo orden reflejado en una verdadera comunidad cultural dispuesta a asumir con valentía y dignidad los retos imprevisibles que traerá la muy anunciada “nueva normalidad”; públicos exigentes, artistas comprometidos, curadores profesionales y honestos, instituciones eficientes y una sociedad participativa e involucrada, más que nunca, en la protección del patrimonio y la difusión de las artes. Si en una escala global ya se perfila, supuestamente por “nuestro bien”, el advenimiento de nuevos regímenes totalitarios con estructuras de vigilancia sin precedentes y métodos de control absoluto, con más razón que antes tendremos que luchar para que el sistema artístico se constituya como uno de los pocos espacios de libertad, magnificando su potencial.

Antes de la pandemia gozábamos de libre movilidad, había centenares de espacios culturales abiertos y disponibles y la posibilidad —hoy todavía lejana— de gestionar y experimentar el arte, no a través de una pantalla, sino presencialmente. Sin embargo, la penosa realidad es que no supimos hacer algo significativo con todo aquello que había, o como reza el famoso refrán, solo hemos sabido lo que tuvimos ya que lo vimos perdido. Si hoy pudiéramos hacer las cosas de nuevo, ¿las haríamos exactamente igual?

El modelo político, económico y social aun antes de la contingencia sanitaria no era sostenible. Y aquel estilo de vida implantado, desmesurado y excesivo, es el que nos está devorando hoy. De continuar así, los consumidores insaciables seremos consumidos. No será el virus el que determine el devenir del planeta y de la humanidad sino la voluntad interior de cada individuo.