VANIDAD DE VANIDADES (1)

“Un buen retrato es un espejo y un reflector”.

Juan Carlos del Valle
Columnas
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Desde que hay pintura hay retratos. Muchas de las pinturas más célebres del arte occidental son retratos: La Gioconda, Las meninas, La ronda de noche, La joven de la perla, El matrimonio Arnolfini o El caballero de la mano en el pecho, por mencionar solo algunos. Los retratos siempre han sido mucho más que un simple registro del retratado. Se han usado para consumar matrimonios, hacer alianzas políticas, demostrar poder, virtud, belleza, riqueza y otras cualidades, además de explorar la pintura y la vida misma. Y muy a menudo los retratos revelan más del retratista que del retratado.

El retrato —y su variante el autorretrato— es uno de los temas que más recurrentemente trabajo desde el principio de mi formación pictórica. Mi maestro decía que quien aprende a pintar bien una manzana puede pintar cualquier cosa. Sin embargo, aquellos primeros retratos eran difíciles; la persona se movía y había que romper con todos los prejuicios en torno de lo que constituye un rostro: olvidarse de que en un ojo hay un iris, un párpado y pestañas y abordarlo desde el entendimiento abstracto de sus escalas tonales, lo mismo que con una manzana.

Aún recuerdo el primer autorretrato que hice, el cual fue sometido a la opinión del jurado inmediato que era mi familia. Deliberaban sobre qué tan bien logrado estaba el parecido y cada uno de ellos emitía alguna observación que anulaba o se contraponía a la del otro. Pronto aprendí que aspirar a una representación física exacta es una tarea vana, pues la misma persona puede tener una apariencia completamente distinta dependiendo de la luz o transformarse de un momento a otro en función de su estado de ánimo, nivel de cansancio u otro sinfín de factores. Incluso dos fotografías del mismo sujeto pueden verse completamente diferentes entre sí y con respecto de la persona cara a cara, como frecuentemente lamentan los usuarios de las aplicaciones para encontrar pareja. En una era en la que las personas ponen filtros a sus fotografías para mejorar sus rasgos y engañar sobre su apariencia, parece contradictoria la exigencia o expectativa de semejanza física entre el retratado y su retrato.

Expectativas

Al mismo tiempo, la percepción casi nunca es objetiva pues los espectadores —con la probable excepción de los niños pequeños que aún no desarrollan tantos prejuicios— poseen de antemano determinadas configuraciones mentales y emocionales del retratado. Es por eso que en vez de buscar una semejanza precisa, yo soy afín al principio de “no sé si se parece, pero es”.

Cuando voy a hacer un retrato busco que la persona esté abierta a ser retratada y esa apertura suele ocurrir tras varios días de posar. Por lo general el primer día las mujeres se arreglan más de lo normal y los hombres adoptan cierta actitud de grandeza. Más adelante la fachada se desintegra, se relajan y dejan ver aquello que verdaderamente importa.

También sucede que una pose o una apariencia deliberadamente asumida puede ser extremadamente reveladora. Decía Óscar Wilde que “no hay nada más profundo que la superficialidad”. El concepto de la máscara y lo que esta deja traslucir me parece fascinante y lo trabajé en una serie de retratos intervenidos. Resultó ser una experiencia inquietante en la cual surgían, desde el silencio, canales de comunicación no verbales, casi telepáticos, entre los retratados y yo.

Retratar a una persona implica también lidiar con las expectativas del modelo sobre su retrato y es que el juez más riguroso sobre la apariencia de uno mismo es el propio ego. A menudo surge una lucha de poder entre el retratista y el retratado. “Por favor, hágame ver joven, guapa y delgada”, me han pedido. Decía John Singer Sargent: “Cada que pinto un retrato pierdo un amigo”.

Un buen retrato es un espejo y un reflector; un recordatorio del paso del tiempo y de la fragilidad de la vida. No cualquiera quiere ser visto, no cualquiera quiere verse. “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, exclama Salomón en el Eclesiastés. ¡Cuántos retratos extraordinarios se han pintado gracias a la vanidad, cuántos se han escondido o destruido por la misma razón!