VIVA

Personalmente encontré una gran riqueza al entrar en contacto con la comunidad cripto y vivir de primera mano algunos de los ideales que detenta.

Juan Carlos del Valle
Columnas
Juan Carlos del Valle. VIVA, NFT (.mp4). Pieza única, 391x696 pixeles.

La tecnología emergente suele venir acompañada de miedo, prejuicios y sospecha; de resistencia a aquello que por ser desconocido se percibe como una amenaza. En 1825 las personas creían que viajar en tren, debido a las altas velocidades sin precedentes que alcanzaba, podía desmembrar o derretir el cuerpo humano; un texto de 1901 afirmaba que si el proceso de la fotografía a color se perfeccionaba lo suficiente dejaría a los pintores “sin nada más que hacer”. Reacciones similares ocurrieron con la llegada del teléfono, el radio, el cine, la televisión y, más recientemente, la computadora.

Cuando mi amigo el productor de cine y coleccionista de arte Joshua Sobel empezó a hablarme con entusiasmo del vertiginoso mundo en ascenso del criptoarte, mi primer impulso fue reaccionar con desconfianza ante lo que parecía una manera novedosa de perpetuar el mismo sistema disfuncional de siempre. Fue gracias a Joshua que conocí a Gavin Shapiro, artista digital neoyorquino que está teniendo éxito encriptando sus obras y comercializándolas como NFT. Desde el principio me llamó la atención la transparencia y apertura de Gavin al compartir conmigo los ideales y dinámicas de la comunidad, mismos que se difundieron en redes sociales en una conversación grabada hace unos meses para la sección Voces de esta publicación.

La consecuencia de esas conversaciones fue que empecé a reconocer las posibles virtudes del criptoarte: poder animar o sonorizar una imagen fija, difundirla a escalas masivas, eliminando intermediarios a través de plataformas digitales de dinamismo global, certificarla a la vez que legitimarla y rastrear su propiedad, obtener un retorno de ella a perpetuidad y todo esto sin sacrificar la libertad creativa.

Ciclo

Cuando recibí de parte de Morton Subastas la invitación a participar en el proyecto pionero de ser el primer artista en subastar un NFT a través de una casa de subastas mexicana, yo ya llevaba algún tiempo explorando y familiarizándome con el mundo del cripto. El equipo de la casa de subastas me introdujo a Artereum, la plataforma madrileña que encriptaría mi obra en el blockchain. A partir de ahí empecé a recorrer un sendero que se construye a la vez que se camina. Este proyecto me orilló a salir de la zona de confort y retar mis propios prejuicios convirtiéndolos en una oportunidad creativa; fue una situación particular de aprendizaje, exploración y crecimiento que no hubiera ocurrido de otra manera.

Yo no soy animador digital, diseñador interactivo, programador informático o publicista. Soy pintor. Es por eso que la obra que propuse para el proyecto, la cual titulé VIVA, era esencialmente pictórica, realizada a partir de mi propio lenguaje —el de la materia y las pinceladas—, animada y sonorizada por mi propia mano y concebida específicamente para existir y palpitar eternamente en el espacio digital. La obra planteaba una paradoja atractiva que funcionaba como una suerte de caballo de Troya: un homenaje a la permanencia de la pintura, realizado desde la virtualidad. Una vez encriptada la obra, entonces intervine y transformé el original físico a partir del cual fue creada. Me interesaba la noción de mantener el NFT como el único original de VIVA.

Parece que existe un aura especial en torno al hecho de “ser el primero” en hacer cualquier cosa. A lo largo de la historia del arte se han suscitado innumerables disputas de este tipo: ¿quién incursionó en la abstracción por primera vez? ¿O en el cubismo? ¿O en el ready-made? Al aceptar participar en este proyecto yo era consciente de que muchos artistas digitales mexicanos llevaban ya tiempo explorando el mundo de los NFT; a la vez sabía que, por los alcances del proyecto, este sería el primer contacto con el criptoarte para la mayoría de quienes no pertenecen a este reducido nicho. Había por ello una gran responsabilidad en la manera de presentar y comunicar esta obra. El proceso personal de educación y aprendizaje tenía que hacerse extensivo.

Afortunadamente el proyecto estuvo acompañado de una generosa cobertura por parte de medios de comunicación y fue recibido por la mayoría del público con gran expectativa, genuina curiosidad y mucha perplejidad. Se plantearon cuestionamientos sobre la verdadera naturaleza del arte y su valor: ¿puede el arte existir y comercializarse desde un ámbito intangible? ¿Disminuye el valor de una obra al ser infinitamente reproducible y estar al alcance de cualquiera? ¿Es esta la muerte definitiva del artista? ¿Es el criptoarte el principio de un nuevo ciclo en el mercado del arte?

Personalmente encontré una gran riqueza al entrar en contacto con la comunidad cripto y vivir de primera mano algunos de los ideales que detenta: un arte más democrático, un mercado más transparente, justo y directo para los artistas y una inusitada solidaridad entre colegas. Expectante, yo me pregunto: ¿es viable la utopía que plantea el criptoarte? ¿Será posible el surgimiento y continuidad de un sistema artístico más funcional desde estos principios?