POR EL BIEN DE TODOS

Ni el Estado ni la sociedad están tomando la iniciativa de fungir como impulsores del arte como valor.

Juan Carlos del Valle
Columnas
Yo, happy face. Óleo sobre lienzo, 100x80 cm.
Juan Carlos del Valle

El impulso creativo es inseparable del ser humano. Su capacidad de hacer y comprender arte es una de sus cualidades más originarias, propias y naturales. El arte es canal de expresión, reflexión y crítica; espacio de transformación social, política y espiritual; plataforma recreativa, reenergizante, colectiva, incluyente y abierta a diversas realidades; conecta a la persona con su humanidad y a las comunidades con su identidad. El arte es condición imprescindible e irrenunciable para el desarrollo del individuo y de la sociedad.

Cualquier proyecto transformador de país que no pase por el arte está ignorando un elemento indispensable para el progreso. De acuerdo con algunas cifras publicadas, en México el sector cultural recibe 22 veces menos recursos públicos de los que aporta a la economía. Esto representa, aproximadamente, 0.15% del PIB, muy por debajo de la inversión de 1% que recomienda la UNESCO.

En los veinte José Vasconcelos entendió la importancia de la dimensión artística en el planteamiento de un proyecto de nación. Y a pesar de las contradicciones y limitaciones de la revolución cultural vasconcelista encuentro que su visión integradora del ser humano sigue siendo relevante, quizá más que nunca.

El debate actual, entonces, no debería de centrarse en cuestionar si es responsabilidad del Estado involucrarse en el apoyo a la cultura y las artes sino en determinar cuál es la mejor manera de atender esta responsabilidad inapelable. El compromiso del Estado en materia cultural debe trascender una mera cuestión presupuestal y estar encaminado, enfáticamente, a una auténtica transformación educativa que haga del arte un valor que merece ser protegido y promovido.

De esta manera se erradicaría la habitual postura paternalista mediante la cual se espera que el Estado lo resuelva todo, en favor de una verdadera labor de generación de conciencia que parta del individuo y se haga extensiva a la comunidad. Es decir, el papel del gobierno debería ser de promotor antes que de patrocinador. Solo desde ahí, desde la convicción individual de que el arte importa, es que este puede integrarse a la vida y ser una pieza clave de cualquier transformación social.

Desconexión

Al mismo tiempo, si la promoción y protección del arte y el patrimonio se convierte en una prioridad genuina para la sociedad, lo será también para el Estado —incluso por motivos políticos— y las iniciativas, públicas o privadas, que se originen de esa puesta en valor serán más trascendentales, eficientes y funcionales.

Comprendo que nos encontramos sumidos en un círculo vicioso difícil de romper puesto que ni el Estado ni la sociedad están tomando la iniciativa de fungir como impulsores del arte como valor. A este respecto desde luego no ayuda el hecho de que en general el mundo del arte contemporáneo es frívolo, pretencioso, autocomplaciente y esclavo de sus propios intereses económicos y parece estar totalmente desconectado de los muchos y muy graves problemas que hay en el mundo. Los artistas son a la vez víctimas y cómplices de este sistema. Justificar este grupo elitista y simulado y afirmar que constituye un valor que merece ser protegido y promovido parece un contrasentido.

En tanto que no se asuma la importancia del arte para el desarrollo del ser humano seguirán prevaleciendo los modelos culturales manipulados, condicionados y desvinculados. Es en beneficio de todos accionar paradigmas educativos, e incluso morales, donde el arte y la cultura sean principios rectores. La responsabilidad es del individuo consciente.