UN NUEVO ORDEN

La epidemia del coronavirus es, sobre todo, una prueba de conciencia, solidaridad y responsabilidad.

Juan Carlos del Valle
Columnas
Foto: Especial
Gripa. Óleo sobre lienzo, 40x30 cm.

Está configurándose un nuevo orden mundial. Dos autores del siglo pasado lo vaticinaron: George Orwell escribió sobre la amenaza de los sistemas de vigilancia totalitaria en su obra 1984 y Aldous Huxley advirtió en Un mundo feliz sobre el peligro de las sociedades que se anestesian voluntariamente y donde los individuos viven aislados, sin arte ni amor. Pertenezco a una generación que recuerda con claridad cuando los niños jugaban libremente en la calle; era un mundo donde no había sensores de temperatura en los centros comerciales ni pasaportes para ir al supermercado ni sistemas de información que transmiten en tiempo real el conteo de los muertos por la pandemia. ¿Será que el destino nos ha alcanzado ya?

En esta guerra que estamos librando el enemigo es invisible y no hay misiles ni armas nucleares sino bombas de información y desinformación lanzadas de forma incesante y que se viralizan más rápido que el propio virus. El tan promovido distanciamiento social es solo físico ya que a través de las redes sociales estamos inmersos en un bullicio insoportable, contagiándonos irremediablemente, de miedo. Y la voz de la sociedad, aterrada, está completamente secuestrada pues el virus hace honor a su nombre y se ha vuelto el rey, apoderándose no solo del cuerpo de muchos sino de la mente de todos, sofocando el espacio para cualquier otro pensamiento. ¿Dónde quedaron las manifestaciones feministas, las reflexiones sobre la inseguridad o la economía? Se han disuelto, todo se ha detenido ante la omnipresencia del monotema. Estamos condenados a leer y escuchar ininterrumpidamente opiniones y análisis sobre el virus: especializados, ignorantes, superficiales, moralizantes, filosóficos, politizados, alarmistas, desenfadados, irresponsables. ¡Tantas preguntas para las cuales hay muchas posibles respuestas!

Control

Ya sea que esta pandemia sea la respuesta de maquiavélicas conspiraciones diseñadas para desestabilizar las economías y redistribuir o reforzar los poderes en el mundo o que sea la desafortunadísima consecuencia de una sopa de murciélago, lo que es verdaderamente aterrador es observar los efectos del miedo implantado en la sociedad. Nunca en mi vida había presenciado un ejercicio del control social tan absoluto y eficaz. La repetición obsesiva de indicaciones y restricciones ante la contingencia ha llegado a tal punto, que están cada vez más interiorizadas en millones de personas. En poco tiempo ninguna autoridad necesitará hacer cumplir estas nuevas normas de comportamiento pues elmejor supervisor es el miedo y la población le obedece por instinto.

El cierre de museos, galerías, bibliotecas y salas de concierto alrededor del mundo, la postergación de proyectos artísticos, la cancelación de exposiciones, la pérdida de inversiones irrecuperables y la interrupción abrupta del mercado del arte generan una quietud y una desarticulación preocupante. Y si bien es cierto que la creatividad puede beneficiarse de un tiempo de reclusión e introspección y que El rey Lear, Los miserables y La divina comedia fueron creadas en tiempos de distanciamiento social, Shakespeare no tenía que vivir con el constante distractor de las redes sociales. Y aun si se sigue haciendo arte en la intimidad del aislamiento, aunque el arte se sobreponga a la crisis o incluso se fortalezca de ella, me pregunto hasta qué punto su capacidad transformadora se verá mermada al no poder mostrarse en espacios físicos. Y es que si antes los espacios digitales estaban saturados hoy son un campo minado. Si en circunstancias normales las condiciones para los artistas son especialmente complicadas, ¿qué pasará con el arte si ya no pueden exhibir su obra ni vivir de su trabajo?

No es la primera pandemia que azota a la humanidad ni será la última. Sin embargo, por primera vez en la historia hay drones, sensores, algoritmos, aplicaciones y demás tecnología que permite la existencia de sistemas de vigilancia absoluta y comunicación instantánea. La epidemia del coronavirus es, sobre todo, una prueba de conciencia, solidaridad y responsabilidad. Podemos sucumbir a las distopías descritas por Orwell y Huxley o podemos aprovechar esta oportunidad única de tomar distancia, valorar aquello que damos por hecho y ser más creativos en la búsqueda de canales nuevos y más limpios y eficientes de interacción y consumo. En vez de reaccionar desde el miedo, vivir desde el pensamiento libre e informado y un verdadero sentido de unión y servicio a la comunidad.