La 24 Cumbre Iberoamericana, centrada en el tema Cultura, Educación e Innovación, pudo haber servido para múltiples propósitos, pero el saldo final es para el desánimo.
Dadas las dificultades por las que internamente ha atravesado el gobierno mexicano, era ocasión apropiada para que la presencia de los mandatarios de Iberoamérica permitiese la expresión de solidaridad y confianza de sus “hermanos latinoamericanos”. Faltaron algunos de los más importantes y pocos de los asistentes tuvieron el valor y la integridad moral para reconocer la situación y dar su apoyo al presidente de México.
Estuvieron ausentes los mandatarios de Nicaragua, Honduras, Cuba, Venezuela, Bolivia, Argentina y Brasil, entre otros. Qué pronto olvidan la solidaridad histórica de México y de su compromiso democrático con los países que actualmente gobiernan.
Pretextos sobraron, cuando los hubo. Al menos José Mujica, de Uruguay, tuvo el gesto de apoyar a Enrique Peña cuando apenas hace un mes declaraba que México parecía un Estado fallido.
La distancia y la brecha entre el modelo político y económico mexicano respecto de muchos de esos países ausentes es amplia, creciente y paradójica. Mientras algunos inconformes en las calles de México manifiestan su disgusto con la realidad de la democracia mexicana, los ausentes, todos, se caracterizan por un paradigma autoritario y represivo propio de la historia latinoamericana de los treintas.
El gobierno mexicano, en los dos años de esta administración, ha hecho serios intentos por establecer canales de comunicación y lazos de cooperación por toda América Latina. Basta recordar la visita del presidente Peña a Cuba después de la frialdad de diez años en la relación con ese país tras el famoso “comes y te vas” de Vicente Fox a Fidel Castro y el caso documentado de intervencionismo del embajador de Cuba en México a fines de aquel sexenio.
Ya se le olvidó a la socialista Cristina Fernández el respaldo de México al socialismo argentino del exilio durante la dictadura.
Lo mismo puede decirse de los casos de Bolivia y de Brasil. Y mientras la empresa venezolana de petróleo empieza a colapsarse, el resto de América, incluido México, se llena de ingenieros y petroleros venezolanos porque la atmósfera de su país es irrespirable.
Énfasis
No es casual que solo los países genuinamente democráticos del continente han sido receptivos al latinoamericanismo de la política exterior de México. Son los casos de Colombia, Chile y Perú. Cabría agregar a Panamá y recientemente a Guatemala.
La costumbre de la Cumbre Iberoamericana comenzó en Guadalajara durante el gobierno de Carlos Salinas en una época histórica caracterizada por una vigorosa transición a la democracia, hasta en España y Portugal. Ese impulso inicial se ha agotado en muchos países de la región y para México, salvo en los casos de los países con los que se está integrando la Alianza del Pacífico, parece un esfuerzo inútil y una pérdida de tiempo.
La política exterior de México debe hacer énfasis en lo que es su centro de gravedad indiscutible desde el 1 de enero de 1994. Y no por el levantamiento zapatista, sino por la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Los grandes beneficios internacionales que puede alcanzar México en el futuro tienen su capital en Washington y en Ottawa.