Se dejan sentir los efectos y las consecuencias de la elección federal del 7 de junio pasado.
En el PRD, la dirigencia nacional pone a disposición de su Consejo su cargo y el de todos los integrantes del Comité Nacional. Por más que la dirigencia nacional perredista insista en que su votación fue cuantitativamente superior a la de Morena y Andrés Manuel López Obrador, lo cierto es que esa votación, por un lado, fue inferior a la meta que se habían planteado y, por otro, la presencia estratégica de Morena en posiciones clave como la delegación Cuauhtémoc es un presagio y un anticipo de posteriores avances en la elección federal de 2018, siempre a costa de la votación del PRD.
El PRD no tiene candidato formalmente a la Presidencia de la República. Ni siquiera el jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera, se declara militante del PRD. La dirigencia actual arrastra, aunque mal disimule, el costo de las barbaridades de la pareja Abarca y los hechos ocurridos en Iguala. No habían pasado doce horas de que Carlos Navarrete había sido electo cuando estaba defendiendo al que todavía era entonces presidente municipal de Iguala, tres días después de la desaparición y homicidio de los estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa. Un personaje y una postura indefendibles. La torpeza y el descaro llegaron hasta el punto de oscurecer el hecho de que también López Obrador, meses antes, había respaldado públicamente la candidatura de Abarca. Pero Navarrete se encargó de hacer suya en exclusiva la sórdida aventura. El pasado 7 de junio, ante esa situación, muchos votantes de izquierda genuina dijeron no, gracias.
Lecturas
En el PAN, a plazo fijo, vencía el término de la dirigencia actual. El diputado Ricardo Anaya, con todo el respaldo de la dirigencia de Gustavo Madero, los diputados de su propia Legislatura y los diputados electos de la próxima, respaldan la elección de Anaya apoyada además en un padrón de militantes cuyas anomalías reconoce el propio Anaya y que le favorecen. Un proyecto enturbiado innecesariamente.
Su contendiente es Javier Corral, un hombre que bien lo ha comparado Ricardo Anaya con Andrés Manuel. Un personaje con ese perfil no puede ser presidente del PAN cuando las dificultades de los otros partidos políticos abren una rendija de oportunidad para ese partido en la elección presidencial si logran en los dos años previos resolver sus diferencias internas.
En el caso del PRI hay muchas lecturas posibles y algunas de ellas encontradas. El aún diputado Manlio Fabio Beltrones, desde hace meses y con el aval de una carrera política de casi 40 años, había manifestado su interés por ocupar la presidencia de su partido cuando concluyera el mandato de César Camacho. En los últimos días y semanas se barajaron otros nombres posibles como alternativa. Se llegó a poner en duda la institucionalidad de Beltrones. La realidad es que si había elementos fundados para dudar de ella, nunca lo sabremos. La candidatura única de Beltrones se presenta bajo el ropaje de la unanimidad y casi aclamación. Si fuese cierto que abriga un proyecto personal hacia 2018, antes tendrá que superar las dificultades planteadas en 2016 y 2017 por 14 gubernaturas en disputa en estados fundamentales para la elección presidencial.
Se reacomodan los partidos y empieza, aunque suene lejana la meta, la recta final.