LA FAMILIA TERMONUCLEAR

Somos una sociedad que valora demasiado la privacidad y el individualismo.

Juan Pablo Delgado
Columnas
Foto: Especial
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Escribo esta columna el 9 de marzo, pero no caeré en las marismas de la marcha del 8M y el paro del 9M. Acepto que la violencia contra las mujeres es la temática más relevante del momento ¡y con justa razón! Pero presiento que cualquier cosa que diga será usada en mi contra. Así que me recuso del tema por considerarlo fuera de mi jurisdicción. Si de algo sirve estoy a favor de la incipiente República Femenina.

¿De qué hablar entonces en estos tiempos aciagos y turbulentos? Ahí les va una propuesta: hablemos de la familia. Esperen… ¡no se vayan! Les juro que no voy a ponerme moralino.

Mi preocupación viene de un artículo de David Brooks publicado en The Atlantic titulado La familia nuclear ha sido un error. Ahí Brooks hace una radiografía de las familias gringas y emite un veredicto fulminante: la familia nuclear va contra toda organización histórica de la humanidad y debe caer para permitir nuevas y mejores organizaciones sociales.

Nadie cuestiona que durante un brevísimo periodo del siglo XX (los cincuenta y sesenta) la familia nuclear tuvo su momento de gloria. Pero según Brooks es un modelo insostenible y lo estamos viendo desmoronarse frente a nuestros ojos. “El periodo en que floreció la familia nuclear no fue normal. Fue un momento histórico extraño cuando toda la sociedad conspiró para ocultar su fragilidad esencial”, indica.

La familia nuclear se está destruyendo por numerosas razones. En lo institucional, por la transformación de la estructura socioeconómica que proveía de estabilidad a largo plazo. En lo económico, por la caída de los sueldos y la entrada de las mujeres a la fuerza laboral. En lo cultural, porque la sociedad es más individualista y valora su privacidad y autonomía.

Nosotros

En México aún no vemos este colapso pero ya comenzamos a ver grietas. De acuerdo con el INEGI en 1970 más de 80% de las familias eran nucleares, cifra que bajó a 64.2% en 2010. Por su parte las familias no nucleares (que involucran a personas más allá de los padres) incrementó de 19.3 a 36.1%. Los hogares biparentales cayeron 3% durante los últimos cuatro años, pasando de 57% en 2014 a 53.8% en 2017.

A esto hay que sumar una disminución en la tasa de fecundidad (2.4 hijos a 1.7 en los últimos 20 años), un crecimiento de mujeres al frente de la familia (24.6% en 2010 a 29% en 2015) y un incremento en hogares no familiares (6.2% en 1995 a 9.3% en 2010).

Antes de que se alebresten subrayo que no insinúo que estos cambios sean negativos por sí mismos. Solo quiero apuntar que las familias en México también pasan por una transformación y que mantener a la familia nuclear como estándar es una batalla perdida.

¿Qué hacer entonces? La respuesta de Brooks es muy clara. Debemos repensar el concepto de familia y eliminar a la familia nuclear como arquetipo ideal que aún persiste en el imaginario colectivo y que termina por generar aislamiento, soledad y una permanente estigmatización para quien no lo cumple.

Queda claro que es imposible volver a las familias extendidas (modelo dominante durante milenios) porque somos una sociedad que valora demasiado la privacidad y el individualismo. Pero sí podemos comenzar a crear “familias forjadas”, donde personas con intereses mutuos (amigos, vecinos) se unen para apoyarse y sostenerse unos a los otros. Recordemos que en el fondo las familias son simples redes de protección para superar los momentos más difíciles de la vida.

Mi propuesta: compren una botella de vino e inviten a un amigo querido. Quizá sea momento de comenzar a tejer esa solidaridad y cercanía que tanto parece hacernos falta.

¡Salud!