CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

Juan Pablo Delgado
Columnas
Delgado1049.jpg

No me importa sonar hiperbólico: vivimos los tiempos finales del neoliberalismo. El responsable de esto no es —naturalmente— el presidente de México. Porque aun cuando todas las mañanas arroje burlas, escarnios e insultos contra el espectro neoliberal, al final esto es —si acaso— un espectáculo parroquial que no genera eco más allá de nuestras fronteras.

El problema del neoliberalismo es global. A donde sea que volteemos el viejo paradigma se percibe malherido y desahuciado, dando tumbos y retrocediendo. Cuatro largas décadas de teoría y acción económica se desmoronan frente a nuestros ojos. ¡De rodillas, paganos!

Quizás esto era inevitable. Desde hace años existe una gran inconformidad ante un sistema que muchos perciben como cruel, poco regulado e incapaz de contrarrestar las grandes desigualdades que se han generado en las sociedades.

Si la crisis de 2008 abrió las primeras grietas el golpe mortal vino con la pandemia de SARS-CoV-2, donde el doble shock (de oferta y de demanda) que causaron los cierres económicos dejó expuesta la absoluta incapacidad de este modelo para contener los peores efectos del desempleo, la quiebra de negocios y el aumento de la pobreza.

Ahora bien, si el neoliberalismo muere ¿qué es lo sigue? De acuerdo con numerosos analistas estamos frente a una nueva época donde el Estado tendrá un papel más preponderante en la conducción de la economía.

Reformas

Desde mediados de 2020 ya doblaban las campanas por la muerte del neoliberalismo. En abril el consejo editorial del diario británico The Financial Times —nunca conocido como amigo del estatismo— escribió que debido a la pandemia serían necesarias “reformas radicales” que revirtieran “la dirección política predominante de las últimas cuatro décadas”, las cuales deberán promover “un papel más activo en la economía” por parte de los gobiernos para invertir en servicios públicos y proteger el mercado laboral.

También el Fondo Monetario Internacional (FMI, paladín excepcional del neoliberalismo) dejó atrás su ortodoxia y desde el año pasado recomendó a los países incrementar su gasto público e incluso endeudarse (con “responsabilidad”) para aminorar los efectos de la crisis.

A comienzos de abril de 2021 el reporte Fiscal Monitor del FMI reconoció que la pandemia exacerbó las desigualdades en educación, salud y otras esferas, lo que podría causar que las brechas de ingresos persistan por varias generaciones en el futuro. Ante esto recomendó a las economías avanzadas impuestos más progresivos sobre la renta, las herencias, la propiedad; e incluso incrementar impuestos sobre las ganancias corporativas “excedentes” para ayudar a reducir estas desigualdades. ¡Válgame, Dios!

Por su parte el gobierno de Joe Biden, sin haber cumplido siquiera 100 días en el poder, trastocó la ortodoxia económica que definió a Estados Unidos por 40 años: su administración ya gastó 1.9 billones de dólares en cheques para millones de ciudadanos (algo que inició Trump) y ahora Biden busca incrementar los impuestos corporativos de 21 a 28% para recaudar 2.5 billones en los próximos 15 años y gastarlos en infraestructura.

Por si fuera poco su secretaria del Tesoro, Janet Yellen, propuso un impuesto mínimo global para las corporaciones para detener la “carrera hacia el fondo”, donde las naciones bajan sus tarifas para competir por empresas permitiendo a las multinacionales trasladar ganancias y evitar pagar impuestos en su país de origen. Por lo pronto Francia, Alemania y Jeff Bezos (Amazon) ya anunciaron su apoyo a Yellen.

¿Debemos lamentar la muerte del neoliberalismo? Yo creo que no merece ni una sola lágrima. El detalle ahora es construir un nuevo paradigma que realmente sea más justo, incluyente y responsable.