EL FILÓSOFO Y LA EDAD

En vez de sabiduría lo único que nos muestran realmente es su cansancio.

Juan Pablo Delgado
Columnas
DELGADO1015.jpg

Todo columnista consagrado presume sus credenciales filosóficas para demostrar que puede explicar el presente a través de la visión de los antiguos.

Hace poco leía a nuestro amigo Friedrich Nietzsche y me encontré con su meditación No. 542 de Aurora: reflexiones sobre los prejuicios morales, que hoy les presento para su deleite y análisis. ¡Pelen los ojos! Ahí les va una versión resumida de El filósofo y la edad:

Nietzsche se arranca diciendo que solemos mostrar una especie de “piedad” ante ciertos ancianos que consideramos viejos pensadores o sabios. Esto —de entrada, dice él— es un error ya que nos volvemos ciegos al “envejecimiento de su espíritu”. Estos viejos se engañarán a su tardía edad con supuestas renovaciones o renacimientos morales, pero en vez de sabiduría lo único que nos muestran realmente es su cansancio.

¿Qué es lo que causa este envejecimiento del espíritu? Nietzsche lo describe de manera meticulosa. El primer peligro es que lleva a estos pensadores a tener fe en su propia genialidad. Creen que tienen derechos de excepción para hacerse las cosas más fáciles, decretando en vez de seguir demostrando. Dejan de reexaminar su pensamiento y solo quieren disfrutar de sus resultados. Para ello el pensador hará de su obra algo más “comestible y saboreable”; pero terminará por estropearla con “ñoñerías, golosinas, especias, nieblas poéticas y luces místicas añadidas”.

Nietszche menciona otro signo de agotamiento: el envejecimiento de la ambición juvenil. Si antes quiso crear edificios del pensamiento, ahora solo quiere instituciones que lleven su nombre… Si buscaba auténticos discípulos, verdaderos continuadores de su pensamiento, incluso auténticos rivales, hoy este viejo se consuela con “partidarios decididos, compañeros incondicionales, tropas auxiliares, heraldos, un séquito pomposo”.

Elija

Frente al terrible aislamiento en el que vive su espíritu buscará rodearse de objetos de la veneración, la colectividad, la emoción. Para esto incluso “inventará una religión, solo por tener una comunidad. Así vive y se extravía en una proximidad tan lamentable de divagaciones sacerdotales y poéticas”.

Otra característica de estos viejos es que si antes se comparaban con pensadores mayores era para medir su fuerza o debilidad y ganar frialdad y libertad. Hoy solo se comparan con otros pensadores para “emborracharse con la propia vanidad”.

La conclusión de Nietzsche es fulminante: “Antaño pensaba con confianza en los pensadores futuros: ahora le atormenta no poder ser el último, medita sobre cómo imponer a los hombres, junto con el legado que les hace, una limitación del pensar independiente; teme y maldice su orgullo y la sed de libertad de los espíritus individuales: después de él nadie ha de dar rienda suelta a su intelecto, él mismo quiere ser para siempre el único bastión contra el que las olas del pensar chocan. La dura realidad es que él mismo se ha detenido delante de su sistema de ideas y ha erigido en él su hito, su ‘Hasta aquí, y no más allá’.

“Al canonizarse a sí mismo se ha extendido su propio certificado de defunción: su espíritu no debe evolucionar más, su tiempo se ha acabado. Cuando quiere hacer de su persona una institución vinculante para la humanidad futura, ha sobrepasado el cenit de su fuerza, está fatigado y muy cerca de su ocaso”.

¡Ay, goey! Y vean que Nietzsche hablaba del envejecimiento y cansancio entre pensadores, filósofos y sabios… Pero si se fijan bien parece que esta descripción queda como anillo al dedo a ciertos personajes prominentes de la vida pública de México. ¿A quién me refiero? ¡Usted elija!