LA BLASFEMIA MODERNA

“Perduran fanatismos religiosos que debieron quedar ya sepultados”.

Juan Pablo Delgado
Columnas
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El atentado contra la vida del escritor Salman Rushdie vuelve a poner al radicalismo religioso en el centro del discurso público. En concreto, la brutal intersección entre el fanatismo y la libertad de expresión.

Como bien saben, la trágica odisea de sir Salman inicia en 1989 con una fatwa del ayatolá Jomeini en la que ordena la muerte de Rushdie como respuesta a la publicación de su novela Los versos satánicos. O sea, porque el señor Salman cometió una blasfemia.

Si no tienen la definición a la mano, va la de la RAE. Blasfemia: “Palabra o expresión injuriosas contra alguien o algo sagrado”. Y una más por amor a la precisión. Injuria: “Hecho o insulto que ofende a una persona por atentar contra su dignidad, honor, credibilidad, etcétera”.

Aquí encontramos el meollo del asunto: sir Salman fue condenado a muerte simplemente por “ofender” con sus palabras. Pero hay que dejar algo en claro: el derecho a no ser ofendido no existe.

De entrada, porque “ofenderse” es una reacción sumamente subjetiva. Cuando alguien comete una agresión física, el dolor que causa el impacto de un puño es prácticamente universal. Con esto en mente, podemos decretar que está prohibido golpear a alguien. Lo mismo ocurre con el discurso de odio. En muchos lugares existen legislaciones que penalizan un discurso que tiene la intención de violentar, evitando discrecionalidades cuando se toma en cuenta la “intención” de ese lenguaje odioso.

Pero esto no sucede con la ofensa. Lo que es ofensivo para una persona puede no serlo para otra. Es por eso que en una sociedad liberal existe el derecho a expresar con absoluta libertad cualquier opinión sin temor a represalias, dando por hecho que en este intercambio de opiniones, algunas podrán parecer equivocadas, extrañas o incluso “ofensivas”.

Pero esto es lo bonito del asunto: el respeto a las opiniones ajenas garantiza que cuando tus opiniones sean las que alguien considera “ofensivas”, aun así serán respetadas.

Versión laica

Todo lo anterior me lleva a una pregunta: ¿qué hubiera ocurrido si Salman hubiera publicado Los versos satánicos en 2022? La pregunta es relevante porque a finales de los ochenta la opinión pública en Occidente mayoritariamente defendió su derecho a publicar su novela, argumentando que en toda democracia debe prevalecer un respeto a la tolerancia y el derecho a la libertad de expresión.

Pero hoy vivimos en un mundo hipersensibilizado donde la “ofensa” vuelve a cobrar relevancia, aunque ahora dentro de un marco secular. Lo vemos a diario, donde las “buenas conciencias” cancelan a escritores, académicos, comediantes, actores, políticos, libros y películas cuando emiten alguna opinión impopular u ofensiva.

¿Saldrían ellos a defender a Rushdie como sucedió en 1989? ¿O serían aliados de una teocracia oscurantista, alegando una actitud colonialista de un autor privilegiado y educado en Cambridge que ahora se “apropia” de una cultura ajena para insultarla?

Podría parecer descabellado, pero yo me decanto por la segunda opción. Porque así como perduran fanatismos religiosos que debieron quedar ya sepultados, igual existen millones de personas que han traído de vuelta este radicalismo en una versión laica, prefiriendo pisotear tus derechos elementales antes de que “ofendas” la sensibilidad de otro.

Estos son los ayatolás seculares de hoy emitiendo sus fatwas asesinas contra cualquier blasfemia moderna.

¡De rodillas, paganos!