LA RELIGIÓN NO SE DESTRUYE, SOLO SE TRANSFORMA

“Los debates políticos se transforman en discusiones metafísicas”.

Juan Pablo Delgado
Columnas
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Les confieso algo: durante gran parte de mi adolescencia creí firmemente que la religión debía desaparecer para que la sociedad pudiera avanzar hacia una nueva era de racionalidad e ilustración. Esta cruzada secular fue un fracaso. No logré convencer a nadie.

Para mi fortuna no era necesaria mi participación. La religión ha ido retrocediendo en gran parte de Occidente, incluso en nuestro México, por numerosas y muy diversas causas que no vale la pena discutir ahora.

Tomemos el caso de Estados Unidos. De acuerdo con Gallup durante gran parte del siglo XX en promedio 70% de las personas asistía a alguna iglesia de manera periódica. Pero en su medición de 2020 esta participación tuvo una caída brutal, terminando en un alarmante 47 por ciento.

En México las cosas son algo similares. El censo de 2010 mostraba a poco más de 84 millones de católicos y diez millones de “otras” religiones. Los no creyentes apenas sumaban 4.6 millones de personas. Para el censo de 2020 se contaban 9.1 millones de no creyentes (un incremento de 96%); mientras que los feligreses subieron sus números de manera más marginal, 7% para católicos y 59% para otras religiones.

Por supuesto, estas cifras debieron alegrar al ateo beligerante que aún vive dentro de mí. Sin embargo, el académico Shadi Hamid avanza una hipótesis que complica este panorama. La pérdida de religión, argumenta, no genera una sociedad racional y científica sino que engendra un mundo de polarización, radicalismo y división. Les explico.

Polarización

En su artículo publicado en The Atlantic (America Without God) Hamid alude al académico Samuel Goldman y su “ley de la conservación de la religión”. Esta teoría indica que en toda sociedad “existe una oferta relativamente constante y finita de convicción religiosa” y lo único que varía “es cómo y dónde se expresa esta convicción”. Esto significa que entre más se diluye la religiosidad en una sociedad, más incrementa la intensidad ideológica; porque el fervor que antes se canalizaba hacia la religión ahora se expresa en pasiones políticas. En otras palabras, la religión no se destruye, solo se transforma.

Son muy claras las expresiones polarizantes en EU. En la derecha, la religión ha dado pie a un movimiento mesiánico centrado en Donald Trump y el etnonacionalismo. En la izquierda, la cultura “woke” ha reimaginado el concepto de pecado, penitencia y excomunión para aquellos que transgreden sus normativas culturales o discursivas.

Lo preocupante es que las convicciones religiosas y políticas no comparten la misma esencia. Las religiones tienden a crear una realidad externa compartida por la sociedad (un nomos, diría Peter Berger), pero las ideologías políticas tienden a fragmentarse rápidamente. Por su naturaleza mundana la política genera división y antipatía entre los ciudadanos. “A nadie sorprende que las ideologías ascendentes en Estados Unidos, teniendo que llenar el vacío dejado por la religión, sean tan divisivas. Están destinadas a ser divisivas”, argumenta Hamid.

Hoy el retroceso del cristianismo comienza a erosionar el terreno común donde la sociedad norteamericana podía coincidir y respaldarse. El peligro ahora, argumenta Hamid, es que los debates políticos se transforman en discusiones metafísicas; algo letal para las democracias liberales, que toman las diferencias públicas como negociables, pero nunca como dogmas intransigentes.

En México este proceso avanza de manera más lenta, pero gradualmente vemos nuevos niveles de polarización al tiempo que retrocede la religiosidad. ¿Estaremos también frente a una radicalización política ante la ausencia de creencias religiosas?

Ante esta posibilidad solo basta recordar la máxima de los teólogos antiguos: ¡Que Dios nos agarre confesados!