LA REVOLUCIÓN DE LOS FLOJOS

“El slacktivism tiene consecuencias sociales graves”.

Juan Pablo Delgado
Columnas
cantu.png

Ninguna revolución puede realizarse sin ensuciarse las manos. Si no me creen, pregúntenle a Robespierre, Carranza, Mao o Castro. Yo diría que la misma lógica aplica para los cambios sociales menos violentos: si queremos transformar cualquier factor social debemos —por lo menos— salir a las calles para luchar y exigir dichos cambios.

Esto podría parecer lógico, pero viendo la realidad actual es evidente que no lo es. ¿A qué me refiero? A que hoy experimentamos una tendencia sumamente dañina para la sociedad civil. Algo que los gringos denominan como slacktivism, que bien podría traducirse al castellano educado como “activismo de huevones”; o de “flojos”, si quieren ser todavía más correctos.

Uno encuentra por lo general este tipo de “activismo” en redes sociales, usualmente en respuesta a algún evento coyuntural. Por ejemplo, cuando Rusia atacó a Ucrania millones de “activistas” flojos agregaron un emoji de la banderita ucraniana a su perfil de Twitter para mostrar su apoyo al país invadido. O si ocurre un sismo en Haití, nos volcamos a utilizar el hashtag #RecenPorHaití. Y así muchos etcéteras.

Al final, este tipo de “activismo” no funciona para absolutamente nada y no logra ningún cambio sustantivo en la realidad. Les puedo jurar que Vladimir Putin no tendrá una crisis de conciencia tras ver mensajes en Twitter; y los haitianos tampoco tendrán alimento o refugio por obra y gracia de un hashtag.

Superficial

Pero, bueno, aquí no busco criticar de manera gratuita una actitud sangrona de la sociedad. Porque mi verdadero problema con el slacktivism es que este sí tiene consecuencias sociales graves, en particular cuando millones de personas consideran que —efectivamente— sus acciones en el mundo virtual se traducen en efectos en el mundo real.

Como caso concreto apuntemos hacia el feminismo en Estados Unidos. Durante décadas las mujeres habían salido a la calle para exigir sus derechos más fundamentales: el derecho al voto, a la independencia económica, al aborto, a la igualdad laboral y salarial…

Pero con la cuarta ola del feminismo (que inició alrededor de 2010) el movimiento feminista cambió de actitud y de tono. De acuerdo con la periodista Susan Faludi este fue el momento en que gran parte del movimiento feminista fue cooptado por las marcas comerciales, por los influencers y por los slacktivistas.

Si antes los derechos se ganaban en las calles, ahora el feminismo se expresaba en un eslogan, en un hashtag o en un comentario en redes sociales, dice Faludi. Las superestrellas del pop y las actrices de Hollywood se declaraban abiertas feministas y el mundo las amaba por eso, pero nadie tomaba ninguna acción concreta. Todas las marcas de ropa producían camisas con frases como “El Futuro es Femenino”, pero no se avanzaba ninguna legislación que asegurara ese futuro. El feminismo estaba en todas partes y era abrazado por todos (¡y qué bueno!), pero nunca de una manera tan superficial… y tan frívola.

En la conciencia pública las cosas parecían ir bastante bien. De acuerdo con Pew Research en 2020 al menos 61% de las mujeres estadunidenses decía que “feminista” era una palabra que las definía; mientras que 61% de la población total (Pew Research, 2022) aprobaba el aborto.

Pero al final este tipo de slacktivism no sirvió para mucho. Porque a diferencia del movimiento feminista actual los conservadores de Estados Unidos no estaban portando camisetas con eslogans o retuiteando a sus artistas favoritas. Ellos estaban colocando a jueces, alcaldes, gobernadores y legisladores en posiciones clave y cambiando las leyes de su país… logrando al final eliminar de un plumazo un derecho que por medio siglo fue fundamental para tantas mujeres.

En otras palabras, los reaccionarios y conservadores ganaron porque se ensuciaron las manos.