LA SOLEDAD RADICALIZADORA

“Los enemigos de la libertad ya están frente a las puertas”.

Juan Pablo Delgado
Columnas
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Cuando hablamos de populismo solemos pensar en personas enojadas. Y claro, el líder populista y autoritario es un experto prestidigitador que engaña a la sociedad con baratijas y soluciones rancheras al tiempo que divide a la población con discursos maniqueos, odios y viejas rencillas. El resultado final es una cacería de brujas liderada por gente bastante encabronada.

Pero si mucho se ha hablado de la rabia de estos movimientos, bastante poco se ha dicho sobre cómo el autoritarismo depende igualmente de la soledad de los ciudadanos. “¡A chingá! ¿Soledad?” ¡Sí lector, la soledad!

Esta es una característica que exploró Hannah Arendt a mediados del siglo pasado en su obra Los orígenes del totalitarismo. Como explica la periodista Anne Applebaum —autora de una introducción para la nueva edición de la obra—, la soledad es un factor imposible de ignorar cuando se habla sobre el éxito de los regímenes populistas o autoritarios.

¿Quiénes son estos solitarios? En pocas palabras, son personas que no tienen lazos fuertes con sus comunidades: no van a la iglesia, no participan en agrupaciones civiles o sociales, no están conectadas con las instituciones, etcétera.

Arendt cree que este tipo de personas son predilectas para ser víctimas de la propaganda autocrática, ya que esta les inculca un sentido de narrativa en sus vidas. Si algo saben hacer los líderes autoritarios es crear historias; y si algo somos incapaces de resistir es encontrar respuestas en estas historias.

Así, el líder autoritario explota el aislamiento que millones de personas sienten en las sociedades modernas. Les plantea una narrativa, les otorga un lugar especial en esta gran épica, los hace sentir parte de una comunidad que comparte la misma historia y valores. Basta con tener protagonistas, antagonistas y un destino; ya sea el futuro utópico o el regreso al pasado idílico.

Problemas

¿Es esto lo que ocurre en México? No necesariamente. De acuerdo con el INEGI (ENBIARE 2021) los mexicanos siguen demostrando altos niveles de cercanía y confianza con sus familias, amigos y colegas.

Pero no debemos confiarnos, porque mientras mantenemos la idea de ser una sociedad feliz y amante de la parranda, esta realidad ya comienza a mostrar grietas. De entrada, el mismo INEGI reporta que el balance anímico general se ubica en un promedio de 5.07 puntos en una escala de -10 a +10. O sea, nuestro estado de ánimo como sociedad es algo mediocre.

Igualmente, el Informe mundial de la felicidad indica que México cayó 23 puestos en la lista mundial de felicidad en 2020. Si en el periodo de 2017-2019 ocupamos el puesto 23, ahora estamos en el 46. No hay duda: ¡hay problemas en el paraíso!

Y como bien indica Applebaum, si la cuestión de la soledad era preocupante en la época de Arendt, hoy la tecnología solo empeora la situación aislando y separando aún más a las personas de sus comunidades. Si antes íbamos al cine, ahora vemos Netflix en la soledad de nuestras casas. Si antes compartimos chismes y noticias con los vecinos, ahora lo hacemos totalmente aislados a través de nuestro teléfono celular. Tan solo en Estados Unidos las redes sociales sirvieron para radicalizar a millones de personas solitarias en una narrativa alucinante como QAnon.

¿Qué nos queda por hacer? Pues buscar revertir esta tendencia social tomaría años y, como sabemos, los enemigos de la libertad ya están frente a las puertas. La única solución inmediata que veo es formular nuevas narrativas para que el liberalismo sea igual de atractivo y seductor que el populismo autoritario. De hecho, hoy podemos ya apreciar algo de esto en Europa, pero se los platico en mi próxima columna.

Coda Hace poco advertí cómo los reaccionarios nunca duermen (Vértigo #1105). Y en efecto, se tardaron 50 años, pero los reaccionarios se fregaron a millones de mujeres estadunidenses. Son días aciagos para la libertad.