MAMÁ, EL COVID-19 TAMBIÉN INFECTÓ A MI FURIA

Lo peor —para no variar— se lo llevan las mujeres.

Juan Pablo Delgado
Columnas
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¿Cómo va ese aislamiento? ¿Bien? ¿Más o menos? Pues falta mucho, así que ¡arriba y adelante!, como dijo Echeverría.

Volviendo a la paupérrima realidad quizá recuerden que en mi columna anterior les conté cómo el COVID-19 ya destruyó a la economía mundial y al orden democrático global. Poca cosa. Aún así hoy quiero pedirles nuevamente que agreguen a su lista de preocupaciones otro detallito: la destrucción de nuestro espíritu de protesta.

Quizá tras largas semanas de aislamiento su memoria los confunda. Pero el año pasado estuvo marcado por un extraordinario torbellino de furor popular: una explosión de rabia y hartazgo contra la desigualdad económica, de género, y el abuso de poder de todo tipo.

Despejo su memoria: tan solo en 2019 vimos movilizaciones masivas en Chile, Ecuador, Líbano, Argentina, Uruguay, Haití, España, Irak y Hong Kong. Tanto en Bolivia como en Sudán la población incluso derrocó a sus líderes cleptocráticos en busca de modelos gubernamentales más representativos.

¡No se vayan tan lejos! Piensen en el inicio de este glorioso año, donde incluso yo realicé una predicción (ahora desafortunada): que en temas de protestas 2020 sería igual o más intenso que el anterior. Y mi pronóstico parecía cumplirse: en Chile las protestas semanales continuaban, presionando por una reducción a los aplastantes costos para mantener una vida digna básica.

¡Y cómo olvidar el tsunami de las féminas! ¡La energía de las marchas para defender los derechos de la mujer! ¡La República Femenina en marcha! ¡Hace apenas mes y medio!

Pero hoy... silencio: un silencio sepulcral, virulento y contagioso.

Acciones

Porque no solo las protestas se han detenido sino que ahora cientos de millones de personas se encierran en sus casas de manera dócil y obediente. En todo el mundo el COVID-19 parece congelar los sueños de cambio social y la lucha por la igualdad económica y de género.

“¡Pronto volveremos a las calles!”, dirá un activista trasnochado. Pues no lo creo. Ya las autoridades gubernamentales —a quien tanto caso hacen ahora— advierten que la crisis sanitaria terminará durando meses. Y los chinos indican que ya esperan una segunda oleada del COVID-19 para noviembre. Aislamiento eterno. El cuento de nunca acabar.

Lo peor —para no variar— se lo llevan las mujeres. Porque si algo nos dejará esta cuarentena es un serio retroceso para el movimiento feminista contemporáneo. No solo las mujeres son las primeras en perder sus empleos (los datos me respaldan) sino que estamos viendo un auge macabro de violencia doméstica. La Red Nacional de Refugios indicó que en lo que llevamos de aislamiento las llamadas por violencia de género aumentaron 60%. Lo mismo en España, Francia, Estados Unidos...

¿Qué hacer, entonces?

No hay una respuesta sencilla pero sí existen acciones que podemos realizar hoy mismo: recuperar inmediatamente esa chispa de rabia que movió al mundo hace apenas unos meses. Dejar de estar aletargados por el encierro. Recordar la multitud de problemas que son peores y más importantes que un virus de baja letalidad (feminicidios, cambio climático). Exigir el regreso a nuestra vida productiva. Dejar de ser dóciles y de aceptar sin chistar las medidas draconianas que son pan de cada día; todo mientras la economía se desmorona, los trabajos desaparecen, la violencia doméstica incrementa y la pobreza se multiplica.

¿Quieren ser antisistema? Ser antisistema hoy implica dejar de temer a un virus poco mortal; dejar de creer ciegamente en las “recomendaciones” del gobierno; rescatar la individualidad.

O también se pueden quedar encerrados y nos vemos en 2021.