SE NOS CUATRAPEÓ EL PLANETA

Juan Pablo Delgado
Columnas
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Escribo esto mientras el huracán Delta se estrella contra las costas de Louisiana; la segunda vez que un tormentón le mete un madrazo a ese estado en tan solo mes y medio.

Casi es un hecho que 2020 será el año con el mayor número de tormentas en el Atlántico desde que hay registros; y es la segunda vez en la historia que nos acabamos el abecedario latino y tenemos que sacar la reserva de letras griegas para nombrar huracanes. La diferencia con 2005 —el campeón hasta hoy— es que aquel año llegamos a la tormenta Delta a finales de noviembre y hoy a principios de octubre.

¿Qué significa esto? La respuesta es muy sencilla: ¡ya nos fregamos al planeta! Y conste que no lo digo yo. La Oficina de la ONU para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR) recién publicó un informe donde indica que en el periodo 2000-2019 hubo siete mil 348 desastres naturales, casi el doble de los registrados entre 1980-1999.

¿Quién tiene la culpa? ¡Obviamente nosotros! ¡Los méndigos Homo sapiens adictos a los hidrocarburos! Bueno, también tienen la culpa nuestros líderes políticos y económicos que se rehúsan a tomar acciones para remediar el problema. Algo que la ONU señala que volverá al planeta en “un infierno inhabitable para millones de personas”. ¡Kataplum!

¿No le quieren creer a la ONU? ¡Perfecto! Un reporte en The New York Times —donde entrevistan a decenas de científicos y otros expertos climáticos— concluye que tras décadas de tomar decisiones erróneas sobre el medio ambiente el mundo ya entró en una espiral de calamidades imposible de revertir.

Traducción: hemos pasado el punto de no retorno. Ya ni siquiera debemos preocuparnos por detener el cambio climático sino adaptarnos a los cataclismos inevitables que se avecinan. Juan Declet-Barreto, científico de la Union of Concerned Scientist, lo deja claro: “Es en serio: realmente los efectos son irreversibles”.

Sobrevivir

Esto nos coloca ante un mundo desconocido. Jonathan Overpeck, científico climático de la Universidad de Michigan, expresa que incluso debemos revertir nuestra medición de los eventos climatológicos. “No pensemos que este ha sido el mes de agosto más caluroso del último siglo”, comenta, “pensemos mejor que es el mes de agosto más templado del siguiente siglo”.

“Calma”, dirán los ingenuos, “¿qué no acabamos de tener el aire más limpio en décadas por el aislamiento? ¡Pues sí! Es real que durante los peores meses de la pandemia vimos reducciones de hasta 17% en emisiones de CO2. Pero durante el verano también detectamos la mayor concentración de carbono en la atmósfera. ¿Cómo es posible esto?

Muy sencillo. Matt McGrath escribe para la BBC: “Las emisiones nos indican lo que sucede en el suelo, pero son las concentraciones de estos gases en la atmósfera las que marcan la diferencia en las temperaturas globales. Debido a que el CO2 permanece durante siglos, sumar incluso una cantidad reducida aumenta el potencial de calentamiento por todo el gas que se ha acumulado durante décadas”. ¡Ni hablar!

¿Y entonces? ¿Hay remedio? La respuesta sencilla es “más o menos”. Obviamente debemos tomar acciones drásticas para evitar los peores efectos del cambio climático. Reducir la velocidad del calentamiento lo suficiente para mantener algún tipo de control. Porque una cosa es sobrevivir y otra es sobrevivir en el infierno. Pero siendo realistas debemos aceptar que ya nos cuatrapeamos al planeta de forma permanente y que de hoy en adelante viviremos en una nueva anormalidad climática; en una era de cataclismos naturales.

¡Así que abróchense bien sus cinturones! Porque el futuro no viene bravo… ¡viene bravísimo! ¡Arre, pues!