LA PRESIÓN, LOS PRESIONABLES Y LOS IMPRESIONABLES

Presiones existen siempre: el tema es qué se hace con ello y las circunstancias en que se dan.

Katia D'Artigues
Columnas
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Cuartoscuro

Por Katia D’Artigues

Presión

1. Acción de apretar o comprimir.

2. Fuerza moral o influencia ejercida sobre una persona para condicionar su comportamiento.

3. Acoso continuado que se ejerce sobre el adversario para impedir su reacción y lograr su derrota.

RAE


En los últimos días escuchamos y debatimos mucho sobre las presiones que diversos actores públicos reciben, habrían recibido o podrían recibir. Sí, todas esas conjunciones.

Que si al ministro Eduardo Medina Mora lo presionaron para renunciar. Que si el ministro Arturo Zaldívar fue presionado por el ex presidente Felipe Calderón, presiones a las que no cedió, por cierto, y que AMLO es diferente porque no ha presionado nada nadita al Poder Judicial.

(Largo paréntesis: al menos hasta ahora. Ya llegarán casos que discutirá la Suprema Corte que le importen mucho al presidente. En ruta hacia allá están estancias infantiles, Guardia Nacional, Santa Lucía o la Ley Bonilla. ¿Se toma como presión la práctica común del presidente de “ejercer su derecho a la libertad de expresión”, como dice, seguido de la frase “con todo respeto”? Si es así habrá presiones. ¿Lo son? ¿Palabra presidencial = presión? Es pregunta).

Que si a Carlos Romero Deschamps, “fugaz” líder por 24 años del sindicato petrolero le congelaron las cuentas, lo investigan y desde hace rato lo “invitaron” a renunciar, cosa que hizo, aleluya, el miércoles en la tarde (en su caso, la exhibición pública de su riqueza es indefendible).

Que si los empresarios y profesionistas se sienten presionados a priori, ¿o amenazados?, por la ley que equipara la defraudación fiscal con la delincuencia organizada. La ley, pese a tener un propósito intachable, podría prestarse para presiones o injusticias porque implica cárcel mientras ’viriguan o extinción de dominio. O posible persecución. ¿Se da cuenta? Puras palabras preocupantes con p, ¡pucha!

Y hay más: una iniciativa de reforma presentada por Ricardo Monreal que podría ejercer presión a los (molestos) abogados que promueven amparos. Aún no se dictamina en el Senado pero tiene al gremio preocupado.

También está la ley que no permitiría que los funcionarios públicos trabajen, una vez dejado su encargo, en el tema en el que son expertos por diez largos años en la iniciativa privada. Si se topan con algo con lo que no están de acuerdo, por ejemplo, ¿renunciarán o harán que los corran si no pueden trabajar en aquello que saben? Podría ser, en ese otro sentido, un mal incentivo. Otro tipo de presión.

Presionables e impresionables

Aunque siempre podría haber persecución me gustaría hacer una distinción entre los presionables y dos tipos de impresionables.

En la política, que forma parte de la vida, siempre hay presiones. El chiste es tratar de ser lo menos presionables posibles. ¿A qué me refiero? Pongamos el ejemplo del voto en el Senado por la renuncia de Medina Mora. ¡La cantidad de senadores que argumentaron que no había argumentos para, como dice la Constitución, justificar una causa grave! (Y sí, no la vimos argumentada, al menos). Corte a: votan a favor.

¿Por qué lo hicieron? Un mucho por desmarcarse del ministro (se autopresionaron: “No vayan a decir que lo defendemos”). ¿Quizás otro poco porque algunos de ellos también podrían ser sujetos de investigaciones parecidas si se quisiera?

Me parece que hoy en México hay muchos actores políticos que son fácilmente presionables y por eso evaden ponerse en una situación de natural presión que forma parte de la política. Presiones existen siempre. El tema es qué se hace con ello y las circunstancias, hasta personales, en las que se dan.

Finalmente hay dos tipos de impresionables. Los que no se dejan presionar (pero para ello deben ser prístinos, austeros y demócratas) y los que se impresionan. Estoy convencida de que muchos actores políticos por miedo, inventado o justificado, ante una figura de poder no levantan la voz aun cuando pueden tener la razón. “Ya me mandó el recado fulano”, “Perderé tal privilegio”. Y también necesitamos valor. Y un renovado código y práctica de la ética pública, que no moral.