QUINO, MÁS QUE SOLO EL PAPÁ DE MAFALDA

Si cabe, hoy Mafalda estaría preocupada más que nunca por el mundo.

Katia D'Artigues
Columnas
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Conocí a Joaquín Lavado, mejor conocido como Quino, un día de 2008. Habíamos tenido la fortuna de que accediera a una entrevista para el programa que entonces tenía en TV Azteca, Shalalá. Una entrevista que finalmente no se pudo realizar porque las luces del estudio eran demasiado fuertes para sus ojos: sufría glaucoma.

Era un honor que hubiera aceptado, él que tenía un cartel en su estudio que decía: “Por razones de timidez no se aceptan reportajes de ninguna índole”.

La producción de Hilda Soriano había hecho para acompañar la entrevista pequeñas figuras —como de unos 50 centímetros— de algunas de sus más populares creaciones: Mafalda, esa niña inmortal, eternamente despeinada, provista de un sentido común, justicia y feminismo adelantada a su época a quien Umberto Eco llamó “heroína iracunda”, y de sus amigos más conocidos, esos con los que por ser arquetipos modernos es difícil que uno no se identifique al menos en alguna parte: Manolito, siempre obsesionado por el dinero y los negocios; Felipe, rey de las fantasías que salían mal y de la procastinación; Susanita, quien solo soñaba con casarse y tener hijos; y la genial Libertad, que era por mucho, más allá de Mafalda, la más feminista y radical de todos por tener padres hippies. Y claro, su hermano menor, Guille.

Aunque supongo que se enfrentaba a diario a ser considerado y aplaudido como el “papá de Mafalda”, no era algo que le gustara especialmente. Si bien era plenamente consciente de su éxito (la tira se tradujo a más de 50 idiomas) defendía —y tenía razón— que su trabajo iba mucho más allá que aquella niña que creó en 1964 y que se llamó Mafalda, con Ma, porque era patrocinada por una línea de electrodomésticos llamada Mansfield, que finamente no decidió lanzarla (quizás una de las peores decisiones de la marca). Fue autor y dibujante de muchos libros maravillosos, muchos de ellos también universales porque cuentan historias solo con imágenes y no palabras.

Lo cierto es que es imposible no pensar en Quino y citar a Mafalda de manera inmediata (se los escribe una mujer que de manera anual compra el mismo calendario y disfruta leer todos sus cartones una y otra vez hasta el grado de llamarla —medio en broma, medio en serio— mi filósofa favorita).

Ahora que ha muerto a sus 88 años, después de tener un accidente cerebrovascular la semana pasada, siento que mi corazón ondea a media asta.

Atemporal

¿En qué consiste que, aun cuando la dejó de dibujar en 1973, los cartones de Mafalda nos hablen todavía del cotidiano hoy? Creo en que el mundo no ha cambiado tanto como pensamos.

Los cartones de crítica social con humor reflejan los aumentos de precio de la canasta básica, la lucha de una familia por seguir perteneciendo a la clase media, el hecho de que los mayores siempre piensan que a los jóvenes algo les falta o hacen mal (ahora dirían que son las mujeres jóvenes), las geniales preguntas de los niños y niñas llenos de sentido común en la escuela —aun en pandemia— y la crítica al gobierno en turno no importa de qué signo y los enfrentamientos con la policía que tiene un tolete o “palito para abollar ideologías”.

Aunque está cambiando es tan actual como en 1973 en muchos hogares la tira en la que Mafalda llega a su casa con la intención de preguntarle a su mamá sobre el movimiento de liberación femenina y al verla de lleno en “labores del hogar” en su lugar le dice: “¿Qué te gustaría hacer si vivieras?” O cuando al verla sacudir le dice: “¡Ánimo, mamá, que el día en que la tierra sea del que la trabaja serás dueña de una polvareda que no te cuento!”

Y creo que muchas mujeres de mi generación y otras hemos respondido a demandas maternas de “porque lo digo yo, que soy tu madre” con un mafaldísimo “pues yo soy tu hija y nos graduamos el mismo día”.

Quizá, si cabe, hoy Mafalda estaría preocupada más que nunca por el mundo no solo pensando si limpia en su globo terráqueo aquellos países con malos gobiernos sino por el cambio climático, por ejemplo.
Yo me quedo con su imagen con una curita en la mano mientras piensa: “Bueno, ¿y cómo hace uno para pegarse esto en el alma?”