Al inicio de este siglo en el mundo se comenzaba a escuchar un nuevo concepto: “sociedad de la información y del conocimiento”, que hacía referencia a la construcción de una sociedad abierta, integral, con base en los conocimientos significativos, en un mejor acceso a la información y de datos que permitieran maximizar los procesos y los desarrollos, así como potencializar las áreas de oportunidad en cada uno de los ámbitos de la actividad humana gracias a la implementación de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC).
Frente a este escenario social, y con una gran cantidad de elementos, se esperaba un gran cambio cultural que permitiera a las personas ser más críticas y reflexivas sobre situaciones de trascendencia tanto a nivel social como nacional o mundial, a fin de generar una mayor comunicación y eficiencia en los debates y discusiones para obtener las mejores soluciones posibles.
Este tipo de pensamiento buscaría evitar esas posturas sin razón o adoctrinamientos innecesarios que solo representan obstáculos a los cambios sociales.
A dos décadas de la búsqueda y construcción de este tipo de sociedades nos percatamos de que existen avances pero no tienen el impacto suficiente en el mundo, porque en lugar de tener gobiernos y sociedades abiertas al diálogo y al intercambio de ideas cada vez nos encontramos con expresiones autoritarias, impositivas y cerradas que buscan existir de manera unívoca; además de imponerse sobre las ideas y posiciones de los otros, incluso generando ambientes donde se insulta, se criminaliza y se violenta a las personas que piensen distinto.
Respeto
Hoy, en 2021, justamente a un año de haberse decretado en México el inicio de la pandemia de Covid-19, con una gestión sanitaria precaria, con cifras altas de mortalidad y con un programa de vacunación incierto, poner de manifiesto y controvertir ideas, argumentos y datos contrarios puede convertirse en un viacrucis para quien lo hace.
Ejemplos hay muchos pero en los últimos meses destaca lo sucedido con la doctora Laurie Ann Ximénez-Fyvie, quien es titular del Laboratorio de Genética Molecular de la Máxima Casa de Estudios y doctora en Ciencias Médicas por Harvard, y quien criticó por medio de un artículo y después con un libro la inacción, las medidas insuficientes, y el discurso del gobierno mexicano ante la pandemia, donde si no se corregía podría enfrentar una mayor tragedia a la que se estaba presupuestando.
La doctora Ximénez-Fyvie especialmente se refirió a las declaraciones poco atinadas que el subsecretario de Salud daba a la sociedad sobre el uso del cubrebocas o medidas preventivas para no propagar más rápido y contagiar a otros, o las pruebas diagnósticas; prácticamente lo refirió como una “reiterada desinformación” que provocaría “un daño irreparable con la criminal gestión de la pandemia en México”, mismo nombre que le dio a su libro.
Ante esta postura las voces en las redes sociales no se hicieron esperar. Y así como existe gente que lo comparte, existen grupos que solo se dedican a denostar, a linchar y amenazar sin tener en realidad argumentos sólidos que pudieran abrir a un debate y un diálogo constructivo sobre todo lo que deja a su paso la pandemia en la cuestión de salud y, añadimos, en cualquier sector social.
En reiteradas ocasiones ese es el mismo actuar del gobierno mexicano: descalificar la idea o el argumento opuesto, situación que no debería ser así sino más bien buscar diálogos informados y constructivos que permitan avanzar y erradicar los problemas que se tienen y, sobre todo, generar espacios donde el respeto sea primordial y la desinformación no tenga cabida.
La mejor herramienta para combatir la desinformación es tener una conciencia propia, libre, crítica y reflexiva que permita cuestionar todos los elementos y datos que tenemos a nuestro alcance y decidir a dónde sí y a dónde no. La desinformación no construye: nos separa.
A manera de conclusión Noam Chomsky dice: “La manipulación mediática hace más daño que la bomba atómica, porque destruye los cerebros”.