En la actualidad el mundo está sumergido en un contexto de violencia del cual ni los niños logran escapar. Es más: se ha convertido en una realidad constante y en un problema que día a día crece de forma impresionante. Los Estados y gobiernos buscan una respuesta normativa e institucional para tan atroz contexto: el maltrato infantil. Sin embargo los resultados no son tan alentadores.
En el marco de la conmemoración del Día Mundial contra el Trabajo Infantil se dieron a conocer en distintos ámbitos cifras con números alarmantes sobre el contexto y situación de violencia que viven a diario los niños.
Por ejemplo, de acuerdo con informes de la administración del presidente norteamericano, Joe Biden, y en específico del Grupo de Trabajo de Reunificación Familiar, se descubrió que más de tres mil 900 niños fueron separados de sus familias entre julio de 2017 y enero de 2021 después de que la administración del anterior presidente Trump promulgara su política de “tolerancia cero”.
Esto nos lleva a reflexionar sobre el trauma y el dolor que sufrieron estos niños al verse separados de su familia; esa familia que desde una idea inicial es la encargada de aportar, dentro de otras funciones, la identidad, los valores, la protección y la salvaguarda, así como las condiciones necesarias para sobrevivir en un mundo tan complejo.
Otro de los casos alarmantes en el maltrato infantil tiene que ver con la pobreza y el trabajo. De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en el mundo más de 152 millones de niños están sometidos a trabajo y un gran porcentaje desempeña labores en contextos peligrosos que ponen en gran riesgo su seguridad y su desarrollo físico, mental y social, además de las vulneraciones que pueden sufrir en otros contextos, como en la educación o en la salud.
Esfuerzos
En el caso de México cifras de la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil y del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) mostraron que más de tres millones de niños trabajan y que de estos, dos millones desempeñan labores peligrosas o prohibidas.
De todas estas afectaciones a los niños se tiene como principal problema la pobreza, una condición que se perpetúa por generaciones y que deja en serios problemas a las familias y en un estado de vulneración a los niños en los distintos contextos sociales.
Algunas décadas atrás los Estados y gobiernos del mundo ofrecieron, mediante directrices y recomendaciones, marcos normativos e institucionales que permiten dar la adecuada atención y, no menos importante, que impulsan acciones para erradicar la violencia contra los niños. Pero no se ha logrado del todo.
Si bien existen esfuerzos institucionales para proteger a la infancia y a las familias, mucha de la clase política solo utiliza estos temas tan sensibles como objeto de discurso y para acaparar votos, sin un verdadero rumbo y sin acciones para hacer frente a esta problemática que no solo afecta a los niños: nos afecta a todos.
No podemos continuar igual, por lo que resulta importante tener cambios, una reconstrucción del sistema de protección de la niñez en el que se garanticen de forma fáctica sus derechos humanos y no solo queden plasmados en el papel.
Tanto las familias como las sociedades y los gobiernos deben trabajar en conjunto para divulgar el conocimiento sobre este problema en todos los contextos que sucede, pero también deben buscar prevenir de forma anticipada e implementar los mecanismos necesarios de protección que tengan como finalidad evitar las consecuencias y las secuelas que el maltrato infantil puede dejar en ellos. Una huella que puede que jamás sea borrada.
Necesitamos pensar y repensar qué estamos haciendo con la infancia. Necesitamos promover, proteger y garantizar los derechos de los niños en todos los entornos donde se desenvuelven: la familia, la escuela, los espacios comunitarios, deportivos, de diversión, entre otros. Todos deben ser seguros y se debe pugnar por el respeto irrestricto de sus derechos de manera integral.
Dejemos ya de pensar que los niños son el futuro del mundo porque no es así: ellos son el presente de nuestra sociedad y como tal se les debe dar esa consideración.
Dejémosles huellas y vivencias agradables en su infancia, no traumas y resentimientos. Recordemos una frase de Jean-Jacques Rousseau: “Lo que uno ama en la infancia se queda en el corazón para siempre”.