“Creo en el lenguaje como una de las dimensiones de libertad”

Libertad bajo palabra, con el escritor Carlos Fuentes.

Norberto Vázquez
Columnas
Carlos Fuentes.
Foto: Cuarto Oscuro.

Ciudad de México, a 10 de febrero. Reconocido como un brillante escritor, Carlos Fuentes fue además para gran parte del mundo un librepensador, un icono y símbolo de libertad por su narrativa, ensayos, novelas y conferencias magistrales: como buen literato entendió que para tener de qué hablar hay que vivir y experimentar la libertad.

Cuando se hace una genealogía de Fuentes generalmente se habla de los premios que recibió, pero para conocer a fondo el origen de creación de sus relatos se debe
desmitificar al personaje y vislumbrar al hombre de carne y hueso, con sus virtudes, debilidades y su concepto de libertad.

Integrante del denominado Boom latinoamericano/en la literatura, que tuvo lugar en los sesenta, a lo largo de su carrera estos fueron algunos de los referentes que sobre la
libertad expresó uno de los pensadores más prolíficos de México, quien si hoy nos concediera una entrevista bien podría responder de la siguiente manera:

—¿Qué es para usted la libertad?

—No existe la libertad sino la búsqueda de la libertad, y esa búsqueda es la que nos hace libres (citado por Emilio Luis Parra en Ovejas negras: rebeldes de la Iglesia
mexicana del siglo XXI).

—¿Qué aportan los relatos que escribe respecto de la libertad?

—Lo que uno busca en las novelas: dejarla abierta para que el lector la concluya, que el escritor no imponga su autoridad sino que deje que el que reciba el relato lo
continúe a su manera. Siempre he dicho que el próximo lector de/El Quijote/aún no ha nacido o acaba de nacer, y ese es siempre el primero. Esa apertura de libertad me
interesa en la novela pero es más fácil alcanzarla en el cuento y sobre todo en el cuento fantástico (entrevista con El País, 2004).

—¿Usted cree en las revoluciones como medio para obtener la libertad?

—Toda revolución genera libertad y genera nuevas formas de dominación. Entonces hay que consagrar la libertad para combatir esas formas de dominación que inevitablemente van acompañadas de una gran transformación social, del descenso de unos, del ascenso de otros (Tiempo de Fuentes, en El País, 2008).

—¿Qué halla usted en esos intentos constantes de expresar su forma de percibir la libertad?

—Son siempre un placer. Constituyen un placer extraordinario porque te permiten a la vez sondearte como individuo y sondear los límites de la literatura. En una novela
realista conozco las dimensiones de esa realidad, aunque siempre hay un misterio subyacente en toda literatura. Pero aquí entro a un terreno que desconozco. Voy como un explorador en busca de libertad. Creo que las/Crónicas de Indias/son el debut de la literatura fantástica en América Latina, porque estos exploradores españoles veían cosas absolutamente increíbles (entrevista con El País, 2004).
Lenguaje.

—Su narrativa habla mucho sobre la libertad y de cómo se debe prolongar la vida a cualquier precio…

—Si uno se pregunta si quiere vivir para siempre puede que en primera instancia dijera que sí, pero enseguida va a decir no. La vida está ordenada para la muerte y le digo, como mexicano, que nosotros no hacemos distinción. Todo es vida, incluyendo la muerte. De manera que hay una cierta perversidad en el intento de vivir eternamente, y la única manera como puedes lograrlo, puesto que biológica y
científicamente no se puede, es convertirte en fantasma, en un ente a toda costa libre (En esto creo, Seix Barral, México, 2002).

—¿Qué tan importante es la libertad para usted en sus cuentos fantásticos?

—Tanto, que yo creo que hay una parte onírica nuestra que solo se manifiesta en la creación literaria y artística, porque no la controlamos. Esa es la libertad pura. No somos conscientes de ese sueño; entonces él se impone, brota y comprendes al escribirlo que estaba ahí (entrevista con El País, 2004).

—¿Cree usted en un mundo libre, independientemente de sus grandes divisiones políticas?

—Recibí el Premio Príncipe de Asturias en compañía de (Yasser) Arafat y de (Yitzhak) Rabin, quienes recibieron el Premio de la Concordia, y por eso hice un discurso no sobre el choque de civilizaciones, que es una idea que me parece perversa, sino sobre el encuentro de civilizaciones, la fusión de civilizaciones en la cuenca del Mediterráneo. Hablé sobre eso y, al terminar, Arafat se me acercó y me dijo: “Eso lo pudo haber escrito un palestino”. Y Rabin me dijo: “Eso lo pudo haber escrito un israelí”. Somos la misma cultura, cuál choque de civilizaciones, qué Huntington ni qué nada. Debemos apostarle a un mundo libre. Tenemos que hacer una civilización a partir de múltiples aportaciones (entrevista con El País, 2004).

—Siempre ha reiterado su fe en la palabra. ¿Se renueva esta fe cada vez que escribe?

—Absolutamente. Creo en el lenguaje como una de las dimensiones de la libertad. Fuera de uno es una realidad social pero también es una realidad íntima, tiene de las dos cosas, es un puente gracias al cual nos comunicamos con el lector, pero también con nosotros mismos. A veces esa verbalidad interior se manifiesta en lo que llamamos un poema, una novela, un ensayo, un cuento (entrevista con El País, 2004).

—¿Por qué le interesa la novela como medio para exponer la libertad?

—Ha surgido la novela en los lugares más inesperados. Siempre pasó lo mismo, siempre la novela tuvo la competencia de otros medios: vodevil, teatro, cine, radio, televisión... No es ninguna novedad, y sin embargo la novela persiste porque es la manera más íntima que tenemos de conocernos a nosotros mismos y a nuestros semejantes, de entrar a fondo en la realidad de lo que somos individualmente, como seres miembros de una colectividad y de explorar todas las libertades. No se ha inventado otra forma mejor de hacerlo, no hay manera más profunda y más bella de entendernos a nosotros mismos, de entender a los demás, que a través del lenguaje (La gran novela latinoamericana, Alfaguara, 2011).

Perfil

Carlos Fuentes Macías (Panamá, 11 de noviembre de 1928/15 de mayo de 2012). Escritor mexicano. Su infancia transcurre en un ambiente cosmopolita entre Argentina, Chile, Brasil, Estados Unidos y otros países iberoamericanos. Estudia Derecho en México y en Suiza y trabaja en diversos organismos oficiales hasta 1958. Paralelamente, funda y dirige junto a Emmanuel Carballo la Revista Mexicana de Literatura y colabora en Siempre; en 1960 funda también El Espectador.

A los veintiséis años se da a conocer como escritor con el volumen de cuentos Los días enmascarados (1954), que recibe una buena acogida por parte de crítica y público. Tras obras como La región más transparente (1958) o Las buenas conciencias (1959) llega La muerte de Artemio Cruz (1962), con la que se consolida como escritor reconocido. Posteriormente escribe el relato Aura (1962), de corte fantástico, los cuentos de Cantar de ciego (1966) y la novela corta Zona sagrada (1967). Por Cambio de piel (1967), prohibida por la censura franquista, obtiene el Premio Biblioteca Breve y por su extensa novela Terra nostra (1975), que le lleva seis años escribir y con la que se da a conocer en el mundo entero, recibe el Premio Rómulo Gallegos de 1977.

En 1982 aparece su obra de teatro Orquídeas a la luz de la luna, que se estrena en Harvard y critica la política exterior de EEUU. Dos años después recibe el Premio Nacional de Literatura de México y finaliza su novela Gringo Viejo, que había comenzado en 1948. Recibe el Premio Miguel de Cervantes en 1987 y ese mismo año es elegido miembro del Consejo de Administración de la Biblioteca Pública de Nueva York. Sus últimas obras aparecen en 2011, el ensayo La gran novela latinoamericana y el libro de cuentos breves, Carolina Grau.