EL MIEDO MISMO

Hoy estamos pagando las consecuencias de un sistema insaciable de explotación de recursos.

Lucy Bravo
Columnas
Foto: Especial
Foto: Especial

Invadimos los bosques tropicales. Cortamos los árboles. Matamos a los animales o los enjaulamos y los enviamos a mercados. Interrumpimos ecosistemas enteros y liberamos, sin saberlo, los virus que alojan tantas especies de animales y plantas salvajes. En cada uno de estos actos el ser humano tienta al destino todos los días. Pero cuando nos convertimos en los nuevos anfitriones de estos virus desconocidos nos sorprendemos de lo frágil que es realmente el mundo que hemos construido.

Tan solo cuatro semanas atrás la realidad que hoy vivimos era inimaginable. Ver a países enteros en cuarentena, a sistemas de salud del primer mundo colapsados, a las bolsas desplomándose en los cinco continentes y a los líderes de algunas de las naciones más poderosas en aislamiento tras haber sido expuestos al “nuevo coronavirus de 2019” o COVID-19 son postales que difícilmente olvidaremos. Hoy el mundo está suspendido y lo único que sabemos con certeza es que nada volverá a ser igual.

La insólita pandemia del coronavirus ha revelado la sorprendente indefensión del mundo desarrollado e hiperconectado. La actual crisis financiera también nos ha demostrado que todos los instrumentos que las instituciones han utilizado durante décadas simplemente no están funcionando para rescatar a los países del abismo. Ni las medidas de emergencia de las bolsas, ni los paquetes de rescate gubernamentales han logrado detener la hemorragia financiera. Desde que inició el brote en China lo único que realmente ha logrado retrasar la propagación del COVID-19 ha sido la limitación de la actividad económica para permitir el distanciamiento social.

El problema, como dice el economista Larry Summers, es que “el tiempo económico se ha detenido, pero el tiempo financiero no”. Es decir, los recibos y las deudas seguirán acumulándose. Para algunos la pandemia es solo un inconveniente que se resuelve enfundándose el pijama para trabajar desde casa, con una buena lista de lecturas o películas y hasta conviviendo con sus vecinos desde la comodidad de su balcón. Para otros, lo que se avecina es la encarnación del miedo mismo. Se trata del riesgo a perderlo todo.

Cadena

Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, todos los hombres, mujeres y niños de la Tierra, de alguna manera, finalmente están en el mismo equipo. Hoy tenemos una ventana dolorosamente clara sobre lo que vendrá después si no actuamos de manera contundente y a tiempo contra el calentamiento global. “Niveles alarmantes de inacción”: esas fueron las palabras que la Organización Mundial de la Salud utilizó para calificar la respuesta internacional al coronavirus. Y esto ya debería sonarnos familiar.

No es casualidad que uno de los improbables beneficiarios del coronavirus fuera el planeta. Desde los ahora cristalinos canales de Venecia hasta la disminución de las emisiones de carbono en China por las estrictas medidas de cuarentena, la realidad es que el mundo necesitaba un respiro. Pero aquí está la gran incógnita: ¿el esfuerzo por revivir la economía mundial después de la pandemia acelerará las emisiones de Gases de Efecto Invernadero? ¿Utilizarán las grandes economías del mundo, como China y Estados Unidos, este momento para promulgar políticas de crecimiento sustentable o solo continuarán apuntalando las industrias de combustibles fósiles?

El COVID-19 no fue un evento fortuito o una desgracia que nos sucedió. Esta pandemia forma parte de una cadena de decisiones que los seres humanos hemos tomado. Hoy estamos pagando las consecuencias de un sistema insaciable de explotación de recursos. Y si continuamos con el ritmo anterior la menor de nuestras preocupaciones será una nueva cepa de coronavirus.