Por: Lucy Bravo
La carrera por la silla presidencial de Estados Unidos se perfila como una auténtica confrontación de dinastías. Con el anuncio oficial de su candidatura, el republicano John Ellis Jeb Bush inició el recorrido que podría llevarlo a enfrentarse a otro gran linaje que ha ocupado un lugar central en la vida pública estadunidense: los Clinton.
La familia Bush, que ha dado ya dos presidentes al país (su padre George H. W. Bush y su hermano George W. Bush), representa un fuerte lazo sanguíneo sinónimo de controversia, por lo que Bush busca marcar distancia con un logo que solo enmarca su nombre: Jeb2016. Pero el republicano también tiene el reto de convencer a las bases de su partido de que su proyecto de gobierno es el que necesita la nación.
Aunque ya cuenta con una docena de candidatos —entre ellos el controversial empresario multimillonario y estrella televisiva Donald Trump—, el Partido Republicano aún no tiene ningún favorito; en contraste, Hillary Clinton se perfila como la favorita absoluta del Partido Demócrata.
Pero con la llegada de Bush la ex primera dama dejaría de ser la única dinastía que volvió a la “arena”.
Si bien los Clinton o Bush cargan con un bagaje político que podría desatar el escepticismo del electorado nacional, dentro de sus partidos estos nombres son todavía muy valiosos. Ambos grandes disfrutan de enormes ventajas —en términos de reconocimiento, recaudación de fondos y redes de apoyo consolidadas— sobre otros aspirantes potenciales para las nominaciones de sus partidos. La única forma de que esta ventaja heredada se evapore es si los recién llegados ganan el suficiente impulso para activar a los votantes en contra de las dinastías, como sucedió con Barack Obama.
Distancias
Por ahora, Bush arrancó la contienda con la ventaja de ser hispanoparlante y tener una esposa mexicana, Columba Garnica. Se presenta como un conservador pragmático y compasivo que cuestiona la ortodoxia del Tea Party y ha sido un fuerte promotor de una reforma migratoria integral. En cambio, se ha mostrado muy crítico con el acercamiento diplomático del presidente Obama hacia Irán y Cuba.
Pero Bush no es el único que ha marcado su distancia del legado de Obama: Clinton apoyó el reciente bloqueo de la Cámara de Representantes a la concesión de autoridad al presidente estadunidense para negociar acuerdos como el que eliminaría las barreras comerciales entre doce países del Pacífico, por lo que ya comenzó el delicado juego de equilibrios entre lealtades personales y presión electoral.
Clinton o Bush, la realidad es que miembros de dos familias que ya han sumado 20 años en el poder se postulan una vez más. En un país que se enorgullece de ser un modelo de democracia, todo indica que estas élites volverán a aparecer en la boleta electoral de 2016, pero aún está por verse si junto con su nombre heredan también décadas de enemigos políticos.