EL AUTOGOLPE

Lucy Bravo
Columnas
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Si incitar abiertamente a un intento de golpe de Estado no merece la destitución de un presidente, entonces ¿qué sí? Esta es la pregunta que muchos dentro y fuera de Estados Unidos se plantean en este momento. Sin embargo la presidencia de Donald Trump ha estado plagada de insólitos desafíos a las instituciones y muy pocas consecuencias. De lo contrario ya habría dejado esa silla presidencial hace mucho tiempo. Aun así sabemos que este personaje inestable e incendiario tiene sus días contados al frente de la Casa Blanca, con o sin destitución.

Podría decirse que no hay democracia que aguante a un sujeto como el republicano. Pero yo diría que no hay democracia que aguante más de 200 años sin una evaluación profunda de sus mecanismos, fundamentos y defectos. Y es que para los estadunidenses no hay nada más sagrado que la Constitución, pero no podemos evitar preguntarnos qué pensarían los “padres fundadores” hoy con el legado de Trump. Después de todo fue uno de sus propios partidos el que lo llevó al poder.

Nada de lo sucedido el miércoles pasado es fortuito. Y como bien dijo el legislador republicano Mitt Romney, luego de reanudar la sesión de ratificación del triunfo de Joe Biden, tan solo horas después de los disturbios en el Capitolio, “la mejor forma en que podemos mostrar respeto a los votantes que están enojados es decirles la verdad”.

Y la verdad es que el sistema político electoral de EU está rebasado. Solo en la democracia estadunidense una ventaja de siete millones de votos no necesariamente te garantiza la Presidencia.

Todos nos hemos enfocado en la figura al centro de la debacle y no al entorno que lo cobijó. Ni todos los contrapesos, ni todos los escándalos lograron detener a Trump. Aun ahora, a pocos días de uno de los episodios más infames de la historia estadunidense, no ha sido removido. Esto nos habla de una profunda crisis al interior de la sociedad estadunidense, que lo mismo abriga a supremacistas blancos que al legado de Martin Luther King Jr. Y todo bajo la complicidad de sus actores políticos y económicos.

Prueba

A nadie puede sorprender lo sucedido en la capital norteamericana. Lo que asombra realmente es la fragilidad de las instituciones. Los líderes ya no pueden tomar a la ligera que 70% de su población no confía en sus elecciones, sin importar su afiliación partidista. Esto nos habla de un sistema aletargado por su burocracia y enfrascado en sus formalidades. Y eso es algo que Trump supo leer y explotar a la perfección. Cual veleta, un día estaba a favor de los mecanismos y al otro día no.

Pero al igual que con su llegada a la Presidencia muchos legisladores y funcionarios gubernamentales creyeron que podían jugar el juego del republicano. Nunca entendieron que solo él conocía las reglas. Y una vez que perdió la cámara baja en 2018, luego la Presidencia en noviembre y, por último, el Senado el martes pasado, ya no tenía nada que perder. Y eso lo llevó a la locura.

Lo que sigue es una etapa de prueba para todos estos facilitadores. Y es que no hay renuncia ni discurso posible que logre redimirlos. Y todos sabemos que es muy poco probable que sean llevados frente a la justicia. En el caso del mandatario es otra historia: ante los miles de procesos abiertos en su contra estamos frente al inicio de un tortuoso episodio de llamado a cuentas donde una vez más las instituciones tendrán que demostrar de qué están hechas. Muchos lo llamarán persecución política; otros querrán darle la vuelta a la página y avanzar hacia la reconciliación; pero como vimos a las afueras del Capitolio la chispa se encendió y no se apagará fácilmente. Y esa fue la última apuesta de Trump.

Lexema El término “autogolpe” se utiliza para describir una forma de golpe de Estado cuando el líder de un país, a pesar de haber llegado al cargo por la vía legal, erosiona gradualmente las instituciones democráticas de un país para mantenerse en el poder de forma permanente. Lo orquestado por Trump no puede calificarse de otra forma, pero eso es algo que a sus seguidores parece importarles poco.