GORBACHOV, EL INCOMPRENDIDO

“No contaba con la paradoja de la libertad”.

Lucy Bravo
Columnas
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Admirado por unos y odiado por otros en Rusia debido a su papel en la historia: ese es el contradictorio legado que dejó a su paso Mijaíl Gorbachov, último líder de la Unión Soviética (URSS) y padre de la perestroika, quien falleció a sus 91 años la semana pasada.

El “fin de la historia” que proclamó el politólogo Francis Fukuyama para referirse a los cambios de la década de 1980 jamás habría sido posible sin la inigualable figura de Gorbachov, un hombre que contrario a lo que muchos creen nunca se propuso desmantelar a la URSS, pero entendió que la marea del cambio era inevitable.

Pero aquí la verdadera tragedia es que tantos han olvidado las lecciones de su extraordinaria historia o han sacado precisamente conclusiones equivocadas de ella, que hoy la famosa tesis de Fukuyama del triunfo de la democracia liberal parece más lejana que nunca.

Thomas Bagger, diplomático alemán, señaló alguna vez que “el fin de la historia fue una idea estadunidense, pero fue una realidad alemana”; y sí, así fue como muchas antiguas repúblicas soviéticas vivieron aquella convulsa transformación.

Y nada habría sido posible sin Gorbachov.

Proyecto

Pocos líderes en el siglo XX han tenido un efecto tan profundo en su época. En poco más de seis tumultuosos años Gorbachov puso en marcha una serie de cambios revolucionarios, rehizo el mapa de Europa y puso fin a la Guerra Fría que amenazaba al mundo con la aniquilación nuclear. Pero no podemos equivocarnos al pensar que todo lo hizo por la bondad de su corazón.

Gorbachov creía en el proyecto socialista mucho más que en la democracia liberal. Pretendía más bien hacer a la URSS más fuerte y mejor a través de sus políticas gemelas de apertura y reforma, glasnost y perestroika respectivamente. Pero también sabía que la estructura del Sóviet Supremo y la represión solo habían engendrado corrupción y disfunción. Lo que él veía como un proyecto digno simplemente no sobreviviría sin cambios.

Con lo que no contaba era con la paradoja de la libertad: que a medida que el ser humano la tiene, solo quiere más.

De hecho, para muchos líderes en el mundo su legado se erige como una advertencia de lo que no se debe hacer con el poder. Esta lección se ha tomado muy en serio en China, donde se espera que Xi Jinping sea ungido para un tercer mandato como máximo líder del país durante el próximo congreso del Partido Comunista en octubre. La disolución de la URSS, y con ella la desaparición de un partido político todopoderoso, son precisamente el tipo de ondas expansivas que Xi se ha dedicado a evitar a lo largo de su carrera.

Pero quizá no exista mejor ejemplo que el del propio líder ruso, Vladimir Putin, cuyo legado se construye ahora mismo sobre las ruinas del de Gorbachov. No es ningún secreto que el actual presidente ruso se ha dedicado a desmantelar todos y cada uno de los pasos hacia la libertad emprendidos por su predecesor. Y no solo eso, sino que ha llegado a calificar la caída de la URSS como “la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX”. Es decir, no podemos entender a Vladimir Putin sin Mijaíl Gorbachov.

Pero a pesar de que la visión del expresidente soviético de una sociedad abierta se ha invertido en Rusia, fue un logro asombroso haberlo intentado. Para muestra de ello, ni el propio Gorbachov pudo gozar de la libertad por la que sacrificó todo al no poder hablar abiertamente del Kremlin que alguna vez fue su hogar. No nos puede ya sorprender que el mismo día en que el exlíder murió la fiscalía estatal rusa solicitó una pena de prisión de 24 años para Ivan Safronov, un periodista crítico que nació a finales de la Guerra Fría y a quien hoy se acusa de traición a la patria.

Lexema Gobachov dijo hace algunos años que “hay personas para quienes la libertad es una molestia, no se sienten bien con ella”. Y al ser cuestionado sobre si se refería a Putin, solo respondió de manera enigmática: “Ustedes tendrán que adivinar a quién me refiero”.