LANZAS, ESCUDOS Y VOTOS

Lucy Bravo
Columnas
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“Finalmente puedo respirar”, fueron las palabras que una seguidora de Joe Biden me compartió entre llantos la noche del sábado 7 de noviembre en la que se anunció que el demócrata se convertía en el presidente electo de Estados Unidos. Y es que para ella, al igual que para muchos estadunidenses, la pesadilla había terminado. De hecho lo que más la motivó del desenlace del conteo de votos fue el poder “dormir tranquila por primera vez en cuatro años”.

Quizá parezca exagerado pero este es un sentimiento que comparte un gran número de personas en la Unión Americana, 60% aproximadamente.

Y la interminable elección no fue la excepción. Al igual que la presidencia de Trump, el proceso electoral alteró nuestra percepción del tiempo. Duró tanto un millón de años como el microsegundo que se necesita para inhalar antes de la caída en una montaña rusa.

Después vino la euforia, tanto en las calles de Washington DC como en las de otras grandes ciudades. Pero para muchos de los ahí presentes frente a la Casa Blanca lo sucedido no podía ser descrito con otra palabra más que como alivio. Incluso el escritor y politólogo Francis Fukuyama relató lo sucedido en la elección presidencial como “haber completado un exorcismo”.

Un sentimiento que el eslogan demócrata trató de capturar: lo que está en juego en esta elección es el alma de EU. Pero si algo nos señalan los resultados es que el alma de nuestro vecino del norte no es una sino dos. Todo el mundo reconoce que EU está profundamente dividido, pero la división no es entre personas, entre los votantes de Trump y de Biden, entre republicanos y demócratas, o entre conservadores, moderados y progresistas: la verdadera división está al interior de cada uno de los estadunidenses.

Autopsias

Si aún quedaba alguna duda ahora está más claro que nunca, después de que Trump se convirtiera en el segundo candidato presidencial más votado en la historia. El republicano no fue una casualidad. El republicano es la otra mitad de EU.

Los seres humanos mienten sobre sí mismos. Lo mismo sucede con las naciones. Todos se esconden tras el manto de los ideales y las intenciones. Pero el resultado de lo que hacen los ciudadanos y de cómo transforman sus países no miente. Las naciones, como las instituciones y los individuos, no son inherentemente nada. Son lo que hacen. Son lo que votan.

Y si más de 70 millones de personas votaron por alguien como Trump es porque esa es la visión que realmente quieren para su nación. De hecho si los votantes del magnate fueran un país, la República Popular de Trumplandia estaría entre los 20 más poblados del mundo, por delante de Reino Unido, Sudáfrica o Francia.

EU es un Estado de claroscuros. Lo mismo habitan en el alma estadunidense las palabras de Martin Luther King Jr. que los impulsos que fomentaron la esclavitud, la segregación y la discriminación sistémica. Y lo que acabamos de atestiguar es que, al igual que la mente humana, dos fuerzas completamente opuestas no solo pueden coexistir sino que se retroalimentan.

Los próximos días traerán consigo autopsias sobre el futuro del trumpismo sin Trump. Pero también debemos prestar atención al futuro del antitrumpismo. Ambos como fuerzas políticas innegables que una y otra vez buscarán una salida, con o sin el magnate al centro de todo.

Lexema En China el origen de la palabra contradicción retoma un viejo proverbio: “Escudos intraspasables y lanzas que lo traspasan todo no pueden existir al mismo tiempo”, pero la historia está llena de naciones que se construyeron a lanza y escudo.