CARLOS JURADO (1927-2019), LA SENCILLEZ Y LA GRANDEZA (I/II)

Todo era un pretexto para la inagotable energía del chiapaneco.

Masha Zepeda
Columnas
Foto: Especial
Cuartoscuro

En la madrugada del pasado sábado 30 de noviembre falleció el extraordinario artista visual Carlos Jurado a sus 92 años —cumplidos 27 días antes, el 3 de noviembre—, en su estudio-taller-departamento de los Edificios Condesa en la capital mexicana: justo ahí, en ese espacio que hizo suyo y donde pintó murales en sus paredes que en realidad observaban a las visitas que llegaban.

El mismo espacio que aloja su ordenado archivo, cámaras, pinceles, caballetes y que goza de una luz privilegiada al estar en una esquina de un tercer piso, situación que Jurado entendió e hizo muchas de sus grandes fotos en ese su inconfundible lugar, usándolo como solo su genial inteligencia e inventiva desmedida lo pudo lograr.

Así sus ventanas, pasillos, cuartos, rincones y azotea se convirtieron en los escenarios de fotografías —tanto en blanco y negro como a color— que daban la sensación de monumentalidad en las que una manzana era la protagonista serena y absoluta.

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En realidad todo era un pretexto para la inagotable energía del chiapaneco Carlos Jurado: juguetes, autorretratos, guajes, paisajes interiores, desnudos, objetos que eran captados por sus cámaras de cartón —estenopeicas— que él mismo construía usando fécula de papa como medio y técnica a la que llegó a partir de una tarea escolar de su hija Zinzuni, quien le pidió ayuda para entender y explicar a su clase de lo que esto se trataba.

“Recuerdo que le encargaron investigar cómo se transmitía una imagen dentro de una caja oscura e hicimos una camarita, imprimí la imagen y, de esta forma, me vi inmerso en un juego fantástico”, decía.

Esto fue el inicio de una gran y nueva aventura en el mundo visual de Jurado, que comenzó cuando estudió pintura en La Esmeralda, donde fue alumno de Rodríguez Lozano y Antonio Ruiz El Corcito, artistas a los que siempre respetó y agradeció todo lo que le enseñaron, por lo que más tarde pudo pintar sus excelentes murales en la Escuela de Derecho de la UNACH en San Cristóbal de las Casas, su ciudad natal, en Chiapas.