MANUEL FELGUÉREZ, IN MEMORIAM (1)

Inspiraba confianza, era cálido y tenía sentido del humor.

Masha Zepeda
Columnas
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Secretaría de Salud CDMX

Recapitular la vida de este zacatecano orgulloso de sus raíces y de enorme generosidad con todos provoca emociones tan encontradas como intensas, porque es estar consciente de su tan inesperada como premura partida y de inmediato encontrarse de frente con su gran aportación al arte desde sus muchas aristas.

Fue un querido artista, maestro, colega, amigo, aglutinador, consejero, cronista, teórico, innovador, visionario: no recuerdo una sola persona —en un medio tan complicado como lo es el de las artes visuales— que no lo quisiera y respetara.

Manuel Felguérez inspiraba confianza, era cálido y tenía sentido del humor. Dueño de una mirada azul y transparente, su presencia y gallardía contrastaba con su voz, que era muy suave. Pero lo mejor era verlo reír con verdaderas ganas al contar una anécdota o permitirse un chascarrillo con el que se ganaba a todos.

Recuerdo a Felguérez desde niña porque mi madre conocía a Meche Oteyza, quien fuera para él la compañera de vida inseparable, con la que compartió más de cinco décadas en las que siempre estaban juntos: viajaban, hacían proyectos, organizaban cenas en su casa, recibían a medios de comunicación, se reunían con autoridades culturales y cabezas de museos sin un ápice de arrogancia o soberbia, al contrario eran los más cálidos y afables.

A finales de los sesenta Meche y mi madre trabajaban juntas en el Departamento de Artes Plásticas del INBA, que estaba situado en el Palacio de Bellas Artes. Desde una de las ventanas mi mamá veía todos los días a Manuel llegar por Meche en su motocicleta: era la viva imagen del artista guapo, talentoso, joven, simpático y enamorado.

Arte y tecnología

En aquella época se trabajaba también los sábados y muchas veces mi padre y yo nos encontrábamos con Manuel cuando íbamos por mi madre y platicábamos siempre de manera muy cordial y sencilla mientras ellas bajaban.

Con el paso de los años me reencontré con Manuel y Meche ya como adolescente y trabajando primero en la UNAM y luego en el INBA. Recuerdo la calidez y complicidad con la que se dirigieron a mí. Eran una especie de tíos que con entusiasmo te abrían su corazón y te hacían parte de su vida mientras el trabajo iba marchando y su cooperación para lograr los cientos de proyectos hacía que todo fluyera de la mejor manera y siempre con la sonrisa por delante.

Manuel Felguérez tenía estudio y tenía taller, dos áreas muy bien definidas y destinadas para dos actividades entrelazadas, pero con objetivos muy distintos. Supo también entender la dimensión de la tecnología en el arte y sin falsos pudores entró de lleno a trabajar con computadoras en un momento, los setenta, en los que no eran ni siquiera bien recibidas ni reconocidas por la mayoría de la población.

Seguiremos recordando en la próxima entrega.