OCHENTA AÑOS DE ARNALDO COEN (I/II)

Fue actor, bailarín y músico antes de dedicarse apasionadamente a las artes visuales.

Masha Zepeda
Columnas
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En 2014, hace tan solo seis años, Arnaldo Coen ganó el Premio Nacional de Arte en la categoría de Bellas Artes y pensé que era totalmente merecido, pero que ese reconocimiento se le debió otorgar muchos años antes al tratarse de un pintor que no deja de experimentar técnicamente, de proponer caminos únicos y de desarrollar una estrecha relación entre su obra personal y los colectivos escénicos.

Ello no es nada fácil pero crea puentes interdisciplinarios para solucionar problemas económicos con audaces y sencillas medidas. Por ejemplo, a falta de presupuesto de la Compañía de Danza sugirió pintar los cuerpos desnudos de las bailarinas en los años setenta, propuesta audaz que no solo fue muy bien recibida sino que marcó un hito en el desarrollo de las artes escénicas en México y en el mundo.

También pintó murales, siendo el más significativo el que entregó al aceptar la invitación del gran museógrafo y visionario Fernando Gamboa para participar en el Pabellón Mexicano que representaría a la vanguardia de nuestro arte nacional en la Feria Mundial de Osaka, Japón, junto a Lilia Carrillo, Manuel Felguérez, Fernando García Ponce, Francisco Icaza, Gilberto Aceves Navarro, Brian Nissen, Roger von Gunten, Vlady, Francisco Corzas y Antonio Peyrí.

Estos once pintores fundaron el Salón Independiente en 1968 y 20 años después fueron denominados como la Generación de la Ruptura a partir de una ambiciosa muestra colectiva llevada a cabo por el Museo Carrillo Gil.

Perseverancia

De esta gloriosa generación, parteaguas en el desarrollo del arte moderno mexicano, Arnaldo Coen fue “el Benjamín” y ya para esas fechas varios especialistas y conocedores lo consideraban como un niño prodigio.

En efecto, comenzó su vida artística de manera muy temprana, por lo que pudo recorrer varias disciplinas: fue actor, bailarín y músico antes de dedicarse apasionadamente a las artes visuales.

Conocido también por su buen sentido del humor recuerda con una sonrisa que cuando estaba en la primaria pública llegaban maestros externos que impartían las clases artísticas y a todos sus alumnos les decían que poseían un gran talento, pero él no lo dudó y confió en lo dicho por los expertos.

Así, desde jovencito decidió ser pintor y buscó a Diego Rivera, quien lo apoyó y le dijo que siguiera pintando pero que no estudiara: que fuera un artista autodidacta.

Poco después su perseverancia se tradujo en una beca en París, donde aprovechó cada segundo para aprender desde técnicas hasta historia del arte, recorriendo museos y espacios para comprender cabalmente el desarrollo del arte universal y, por consecuencia, del mexicano.