MUSA RENEGADA

Es momento de empezar a actuar de acuerdo al tiempo que nos toca vivir.

Redacción
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¿Quién le dijo a uno de mis queridos seguidores de Twitter que la semana pasada me pedía seguir siendo linda y no me descompusiera como “esas feministas locas que destruyen todo”, o a mi exadorado exnovio, quien usó nuestros pocos meses de relación como pretexto para poetizar, que existo, escribo y publico fotos mías con el único y privilegiado fin de inspirarlos y adornar su vida?

La respuesta puede sonar un poco imposible pero la culpable es la Historia. Historia con mayúsculas, porque gracias a ella una persona compuesta por infinidad de personas, las mujeres somos quienes somos hoy, o por lo menos somos entendidas de una manera extraña.

Me explico.

En 1762 apareció el tratado Emilio, o De la educación, del célebre Juan Jacobo Rousseau. En el capítulo cinco Rousseau expone el ideal educativo para Sofía, el cual es distinto al de Emilio por la razón de que las mujeres y los hombres poseemos diferentes naturalezas racionales y, por ende, pertenecemos a esferas distintas: los hombres están dentro de la pública, o sea, en la acción cotidiana que hace girar el mundo social y financiero, y las mujeres estamos en la privada, limitada a los ámbitos de la domesticidad y la familia. ¿Qué significa? Por supuesto que dependencia, convirtiendo a los hombres en los fuertes y a las mujeres en las débiles; a los hombres en los activos y a las mujeres en las pasivas.

En estas líneas se trasluce el meollo del asunto: la educación de la mujer es responsabilidad del hombre; así, la mujer alcanza una virtud familiar de esposa y madre, y el hombre la virtud social, lo que quiere decir que una mujer que hace las cosas de una manera distinta no es una mujer valiosa.

Cito a Rousseau: “(...) Toda la educación de las mujeres debe referirse a los hombres. Agradarles, serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, educarlos de jóvenes, cuidarlos de adultos, aconsejarlos, consolarlos, hacerles la vida agradable y dulce: he ahí los deberes de las mujeres en todo tiempo y lo que debe enseñárseles desde su infancia. Mientras no nos atengamos a este principio nos alejaremos de la meta y todos los preceptos que se les den de nada servirán para su felicidad ni para la nuestra”. Ahí está entonces: la educación, y sobre todo uno de los grandes ideólogos que ha dado la historia, le da el derecho a los hombres de hacernos musas, sin preguntarnos, sin saber a ciencia cierta si estamos de acuerdo o no.

Vindicación

En contraste Mary Wollstonecraft en Vindicación de los derechos de la mujer (1792) defendió la equidad entre hombres y mujeres. Sabía que la educación que habían recibido las mujeres era lo que las tenía en una situación de desventaja. Lo expresó así: “Debo declarar que creo con firmeza que todos los escritores que han tratado el tema de la educación y los modales femeninos, desde Rousseau hasta el doctor Gregory, han contribuido a hacer a las mujeres más artificiales, caracteres débiles que de otro modo no habrían sido y, como consecuencia, miembros más inútiles de la sociedad”. Más adelante dice: “Las mujeres, consideradas no solo criaturas morales sino también racionales, deben tratar de adquirir las virtudes humanas (o perfecciones) por los mismos medios que los hombres, en lugar de ser educadas como una especie de fantásticos seres a medias, una de las extravagantes quimeras de Rousseau”.

Así que ya sabes, querido lector, y tú también, querida lectora: manipular las acciones y las palabras para que una mujer crea que está hecha para ser musa, convencerla de que su valor como fémina radica en la importancia que tiene su pareja o pedirle que sea callada, comedida y femenina para quererla, sin aceptar plenamente sus talentos, capacidades e inteligencia, es muy siglo XVIII y por fortuna hoy ya estamos en el XXI: es momento de empezar a actuar de acuerdo al tiempo que nos toca vivir.