CAER SOBRE LAS TECLAS

“¿Tiene sentido un libro si, publicado, no llega a los ojos de los lectores?”

Mónica Soto Icaza
Columnas
Soto1105.jpg

La lectura es territorio, valga la redundancia, de los lectores. Los escritores son personajes incidentales, porque sin lectores no hay nada: bien harían esos creadores de bombín y bigote y esas creadoras de cejas alzadas en considerarlo al momento de ubicarse a sí mismos en el podio del olimpo intelectual. Los escritores podrán crear un cúmulo de obras y pasar a la historia, pero la mayoría será una satisfacción de ego fugaz vertido en páginas.

Los escritores son (somos) seres dependientes. Un aplauso, una sonrisa, un intercambio de valor en dinero o en especie y el ímpetu creativo crece a niveles insospechados. Ese ímpetu cae a la primera de cambio; no importa, si todo sale como debe, pronto llegará otro pasón de adrenalina para la motivación de escribir una novela, un libro de poesía experimental o una colección de cuentos que refleje las atrocidades del mundo desde el punto de vista del sastre de palabras.

Los escritores, especímenes humanos obsesionados con la ficción en alguna o en sus múltiples manifestaciones, seres que crean sin pedir permiso ni pensar en el interlocutor de sus páginas, porque como enseñó Julio Cortázar en sus Clases de literatura: “Si hay alguna cosa que defiendo por mí mismo, por la escritura, por la literatura, por todos los escritores y por todos los lectores, es la soberana libertad de un escritor de escribir lo que su conciencia y su dignidad personal lo llevan a escribir”. Y sí, un verdadero artista no es rehén de moneda alguna, por muy grande que sea la tentación. Tampoco es rehén de lector alguno, aunque esos lectores son indispensables para que la obra viva.

Hace tiempo fui novia de un escritor a quien le habían publicado dos libros. El primero, ganador de un premio internacional de cuento muy prestigiado; el segundo, seleccionado como parte del acervo de una editorial estatal. Del premiado le dieron 10% de los ejemplares y una cantidad de euros nada despreciable como adelanto de unas regalías que se fueron a fondo perdido porque no volvió a imprimirse; del otro le quedaron las pocas piezas que sobrevivieron a las múltiples inundaciones de la bodega donde estuvieron resguardados durante años.

Poco después tuve otro novio escritor. Su libro fue publicado por una gran editorial. A él le fue algo mejor: le pagaron adelanto de regalías, exhibieron su obra durante tres meses y adiós: “Si una vez dije que te amaba, hoy me arrepiento”.

Piedra angular

¿Tiene sentido un libro si, publicado, no llega a los ojos de los lectores? Entiendo la necesidad de escribir. Stephen King en Mientras escribo lo deja muy claro: “El talento priva de significado al concepto de ensayo. Cuando descubres que estás dotado para algo, lo haces (sea lo que sea) hasta sangrarte los dedos o tener los ojos a punto de caerse de las órbitas”; sin embargo, si el autor buscó la publicación de sus letras y ese libro pasó por el descomunal proceso que implica la confección del objeto físico que las contiene (hablo de lectura editorial, edición, corrección, diseño, formación, imprenta, cuidado de imprenta, transporte, encuadernación, refine, empaquetado, de nuevo transporte, distribución, presentación, etcétera), lo mínimo que podría hacer es también interesarse en que ellas lleguen a los lectores, piedras angulares de toda inversión económica.

Simplemente, sin lectores las páginas se convierten en papel envejecido que terminará sobre una báscula gigante para completar kilos de celulosa en algún taller de reciclado para manufacturar nuevos libros de otros autores quizá con más talento o más sentido de la mercadotecnia. Así hasta el infinito, como una serpiente que se come la cola, como el huevo y la gallina, como el árbol que cae en medio del bosque solitario.

Por eso, estimado lector, te agradezco por ser los oídos de mis dedos al caer sobre las teclas.