CARACAS, MI AMOR (2)

“Bajamos por el elevador para despedirnos a las puertas del hotel; no alcanzamos a llegar a la planta baja”.

Mónica Soto Icaza
Columnas
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El primer día fue un hallazgo de miradas, sabores, de la textura de sus manos abiertas que tomaban las mías para cruzar la calle. En Caracas atravesar hacia la otra acera es como un deporte de alto riesgo: los conductores no respetan la luz de los semáforos (los peatones tampoco), así que es necesario desarrollar cierta habilidad para no morir atropellado.

La escala inicial fue la Plaza de la Candelaria, una de las primeras de la ciudad, inaugurada en 1708, con su iglesia de fachada azul y su escultura de un caballo y su jinete, ejecutada por el artista Francisco Narváez. Me hubiera gustado sacar el teléfono para tomar algunas fotos pero la recomendación de mi guía fue que mejor no lo hiciera: los smartphones son muy solicitados por los ladrones de todos los barrios debido a que son caros y difíciles de conseguir.

Pasamos debajo del puente de las Fuerzas Armadas, donde desde hace más de 30 años reposan libros usados para compra, venta y trueque. Ahí se encuentran ejemplares de todos los temas y múltiples épocas, convirtiéndose en un paraíso para una amante de la literatura como yo.

Siempre me ha resultado fascinante estar en lugares nuevos. La plaza El Venezolano no fue la excepción. Su antecedente es de 1595, con el establecimiento de los dominicos. Posee uno de los monumentos más característicos de la ciudad de 47 metros de alto. Es una imponente antena pintada de rojo y negro junto a la que en las tardes se congregan decenas de personas mayores a bailar y enamorarse.

En uno de los extremos, la esquina de San Jacinto, nos sentamos en Chocolate con Cariño, un local de comida y bebida donde probé por primera vez el cocuy, bebida de agave con sabor bastante parecido al mezcal, pero que ellos mezclan de diversas maneras: ahí tomamos uno de maracuyá y otro de mojito.

Ahí aprendí acerca del tipo de cambio dólar-bolívar, que para efectos prácticos es regido por la página no oficial dolartoday.com. Nadie sabe a ciencia cierta cuál es: así como puede ser de 100 mil bolívares por dólar, también puede ser de tres millones 400 mil, como lo pagué yo. Si no conoces a alguien que te facilite el contacto con quien cambie dólares y te ayude a pagar será muy difícil que puedas comprar algo. Eso provoca tiempos difíciles para el turismo.

Homenaje

Más tarde me encontré por primera vez con el icono de los ojos de Hugo Chávez que durante los siguientes días aparecería por todos lados. En esa ocasión estaba en las escalinatas de El Calvario, un parque que existe desde 1883 y tiene en su parte alta un jardín francés desde donde tomé discretamente algunas fotografías de la ciudad, sus edificios, montañas y sus nubes como de dibujos animados.

Bajando de El Calvario probé una exquisita arepa de chicharrón con chicharronada, acompañada de una bebida de papelón con limón. Ahí se me notó la poca experiencia para ese tipo de comida: terminé con la grasa en la ropa y varios pedazos de chicharrón en el suelo. El local estaba lleno de gente antojadiza como nosotros, comiendo y bebiendo a placer.

Al oscurecer nos fuimos a la terraza del hotel a tomarnos otra cerveza y un delicioso ron seco del que no recuerdo el nombre. Curiosamente el mesero se portó algo intolerante hasta que se enteró de que yo era huésped. Y mexicana.

Bajamos por el elevador para despedirnos a las puertas del hotel. No alcanzamos a llegar a la planta baja. Antes de que el foco indicara que habíamos llegado sus manos ya estaban sobre mi cuerpo y mi boca contra sus labios y mejor ascendimos de nuevo; esta vez hacia mi habitación, donde hicimos un homenaje a la buena convivencia y la fraternidad entre las naciones.