CONJUROS EN FICCIÓN

“El mundo ya tiene suficientes problemas sin mi ayuda”.

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Mis textos son conjuros. O algunos de ellos. Por eso tengo mucho cuidado con lo que escribo. Una vez provoqué tremenda trifulca en la Cámara de Diputados y en otra ocasión maté a una princesa, convertida un día antes, el 30 de agosto de 1997, en el personaje principal de una de mis exploraciones de autora adolescente. También conjuré el fallecimiento de mi matrimonio y hasta el departamento donde vivo lo adiviné en un sueño escrito en la libreta que guardo en el buró. Años antes de escribir mi primer best seller lo predije en mi primera novela. Lustros antes de conocer a mi pareja actual, lo invoqué en un correo electrónico para mi mejor amiga.

Una década antes de volverme adicta a los tacones lo profeticé en uno de esos juegos donde pones en un papelito tus deseos culposos y luego los quemas en el lavabo del baño, con cuidado de no alarmar a tus padres con el olor de un posible incendio.

Escribí también, en la protagonista de mi primer libro erótico, el carácter de la mujer en la que deseaba convertirme, y sí, me convertí en ella.

Todo ello escrito en novelas, perdido entre anécdotas o quizás en algún cuento que quedó hecho pedazos en el bote de basura de la cocina, entre envases de leche aplastados, empaques de queso prerebanado y el cartón vacío del huevo, o en la caja de plástico de tapa verde donde guardé hasta que se llenó aquellos recuerdos literarios que alguna vez creí dignos de conservar.

Para mí el tan famoso “ten cuidado con lo que deseas, porque puede hacerse realidad” es un “ten cuidado con lo que escribes porque, bruja involuntaria, puedes conjurarlo en la realidad”. Qué miedo escribir de muerte, de dolor, de asesinatos, de accidentes, de desapariciones, de injusticias, de secuestros, de robos, de guerras, de desempleo, de desamores, de corazones rotos, de enfermedades, de viudez, de madres que pierden a sus hijos, de despojos, de desalojos, de abortos espontáneos, de pesadillas, de divorcios.

Sortilegio

Porque funciona. Sé que funciona. No es algo como la sugestión de cuando vas a que te lean la mano y tú misma provocas con decisiones o indecisiones aquello predicho por el quiromántico, o cuando te vas a echar las cartas y resulta que los vaticinios de la tarotista cambian el rumbo de tu historia.

Lo mío es diferente, los terceros involucrados ignoran que sobre ellos ha caído un sortilegio y de pronto la serie de acontecimientos en su cotidianidad cambia de rumbo sin que puedan siquiera elegir la posibilidad de transformarse.

Por eso mis personajes inspirados en alguien que conozco terminan coincidiendo con Fortuna y las desgracias son para los que me invento sin inspirarme en alguien en particular. Si me caen bien tienen a su favor futuros brillantes, golpes de suerte, eventos afortunados (todo lo contrario al libro de Lemony Snicket), pero si me caen mal debo escribirlos con cautela —imagínate crearle alguna desgracia a alguien desde la pluma solo porque sientes animadversión por esa persona, como en el caso de mi prima acosadora, que no necesita de mi ayuda para vivir en la infelicidad y el vacío y siempre que la escribo el desenlace es la resolución de su problema conmigo.

El mundo ya tiene suficientes problemas sin mi ayuda. Por eso mejor escribo de placeres, de mujeres y hombres que se liberan, que disfrutan del cuerpo, que tienen el mejor sexo de su vida. Por eso mis conjuros en la ficción son así: gozo, fantasías eróticas perfectas, carcajadas y orgasmos; múltiples y sabrosos orgasmos.