DE ARAÑAS Y AMORES

“A pesar de ser yo quien se encontraba acostada en ese colchón, seguía sintiendo en el aire la presencia de ella”.

Mónica Soto Icaza
Columnas
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No quería escribir un cuento de insectos ni utilizarla a ella como personaje; y mucho menos traer de vuelta antiguos fantasmas, ¡qué cliché! Pero cuando abrí los ojos a las 3:03 de la madrugada, según el reloj de números tintineantes y nervios de punta, lo segundo que vi fue la araña de cuerpos triangulares y patas negras, veladora de mi sueño, o más bien de mi pesadilla. Ignoro si tenía intenciones de descolgarse con su hilo invisible en la oscuridad sobre mi cabeza, o si quería traspasar mi piel para ver adentro de mis miedos, enviada por ella, a todas luces furiosa porque yo ocupaba ya su lado de la cama y tuve la desfachatez de poner mi camisón, mi vestido y mis calzones en los entrepaños donde solían ir sus prendas de toda naturaleza, desde sombreros y gorras hasta tanguitas y tal vez alguna crema para los hongos de los pies. La tercera teoría era mi alucine personal o mi inminente inseguridad en la relación, porque si tomo en cuenta que la que estaba ahí era yo y no ella, debe ser que la culpable de traerla de regreso los seis meses previos había sido yo, y a ella nada más le zumbaban los oídos de vez en cuando con mi insistencia de no pensarla (se sabe que mientras menos quieres cavilar en algo, más lo evocas). Todo por haberme quedado con su antes hombre, quien tomaba mi mano en ese instante, con mi cuerpo a un lado y mi nariz comenzando el entrenamiento de sus aromas múltiples y sonidos abultados. Y eso que su soltería y mi noviazgo comenzaron por mi frívola intención de aumentar mi cuenta de compañeros de hacer el amor, tan reducida gracias a mis años de matrimonio y al previo temor a ser considerada una mujer indigna para las nupcias idóneas. Nadie, y mucho menos yo, podía haber adivinado el enamoramiento del que fui objeto gracias a sus manos en mi cintura, su voz en mis oídos y sus labios por toda mi piel. A pesar de ser yo quien se encontraba acostada en ese colchón seguía sintiendo en el aire la presencia de ella. Eso me pasaba por considerarla en tiempo presente, y no como en alguien que no se quedó un poco en los objetos suyos reposando por todos lados, desde cajones, clósets y la gaveta de las tazas en la cocina. Chanclas de hule, zapatos de tacón y unos aretes no significaban nada, lo sabía; sin embargo me enfadaba la indiferencia de él, como si la libertad significara tener licencia para ser egoísta y no detenerse a reflexionar en cómo me podría sentir yo con esos objetos puestos aún ahí, cual si ella fuera a volver cualquier día, tan fresca. Como sea, abrir los ojos a las 3:03 de la mañana es, con el perdón de oídos delicados y susceptibilidades frágiles, una chingadera, sea cual sea el motivo, y más si ese tema eran celos infundados o contundente falta de autoestima (negada, por supuesto). Y peor aún, siendo objeto de la contemplación de una araña mediana y amenazante, inocente también, convertida esa noche en mi interlocutora de temores, no tanto a ella como a la justicia divina, a ese búmeran, karma o como se le quiera llamar a las consecuencias de las decisiones en la vida, como bajarle el novio a otra mujer, aunque en mi defensa puedo alegar que no puedes robarle el individuo a nadie sino perderlo por distintas y variadas razones, fulminantes para el amor. Y entonces ahí andaba yo, inútilmente insomne, histérica y cobarde ante una araña espectadora y una fémina pretérita, intentando respirar hondo y profundo para eliminar aquellos pensamientos absurdos.

Ficción o realidad

Menos mal que el asunto no terminó tan estéril y por lo menos se convirtió en un texto que bien podría ser ficción o realidad.