“EMBRIAGADOS DE PASIÓN”

“Quienes los tienen parecen poseídos por una fuerza imposible de explicar”.

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Nadie nos quiso. En la tienda departamental de estantería dorada con negro donde permanecimos meses, nos calzaron en pies de todos los colores y nada, nadie nos llevó. Fuimos pasando de lugar en lugar, desde estar hasta adelante, a ocupar el rincón más recóndito. Luego a una caja, a un camión; nos pusieron una etiqueta roja de 50% de descuento sobre la otra, y a otro estante, esta vez nada glamoroso.

Ahí llegó ella a nosotros. Mónica. Nos pagó un hombre grande, de voz penetrante y manos descomunales, que de inmediato supimos era el marido por el beso en los labios que le dio como agradecimiento: largo, salivoso, de lujuria épica.

Pronto aprendimos la naturaleza lúdica de nuestra nueva dueña, llegamos incluso a sentirnos orgullosos de que hubiera sido ella quien nos eligiera: la espera valió la pena. Nos ha usado igual para presentar un libro y asistir a una fiesta infantil, que para sentarse en la butaca del teatro a gozar de una puesta en escena. También nos ha calzado para que nos descalzaran diferentes hombres, todos muy dispuestos a provocarle algo que llaman orgasmo y a nosotros nos fascinaría experimentar algún día: quienes los tienen parecen poseídos por una fuerza imposible de explicar.

Cualquiera pensaría que es divertido ser un par de tacones de Mónica, y sí, pero no siempre. Tenemos el tiempo suficiente en sus pies como para darnos cuenta de lo ridículos que pueden volverse algunos hombres cuando quieren interactuar con el sexo de una mujer. Como dice Mónica, a los hombres los conoces cuando ya te los llevaste a la cama y cuando ya les dijiste que no te vas a meter en la suya.

Renovarse

Como sea, nuestra corporeidad de cebra con tacón rojo desea hacer un servicio a la comunidad varonil que babea por nuestra mujer favorita para que los miembros que le quieren meter el ídem sean más originales y aumenten sus posibilidades de seducirla, porque francamente ya hasta a nosotros nos tienen hartos las mismas maneras que tiene la mayoría para referirse al acto de reproducción y placer humano.

Por eso, por favor, personas del género masculino con tendencia heterosexual, dejen de decirles montes a las tetas, o pechos turgentes o enhiestos, o “tus pezones erectos”. O voluptuosos a los labios, o que son voraces o que la boca es como una fresa. Ya no es original arder en la hoguera ni que ella arda de deseo o tenga fuego en la mirada, un cuerpo ardiente, o su desnudez sea tibia o llegue húmeda de anticipación ni que experimente una vorágine de sensaciones ni terminar embriagados de pasión con el vaivén de las caderas con el falo enhiesto entre los muslos firmes que provoquen aleteo de mariposas y brillo en los ojos, o que el pene es como un asta, el vientre plano o que le van a poner los tacones como aretes en la mirada serena de los cuerpos entrelazados o peor, las piernas entrelazadas de su desnudez de diosa de lujuria voluptuosa y manos ardientes con voz temblorosa o trémula y gemidos sordos entre jadeos intensos de hembra apasionada para cabalgar desnudos con los rostros encendidos y la piel erizada para irse al cielo con la pequeña muerte en la espuma de mar de los lúbricos placeres de hundirse en su cuerpo o entre sus pechos o navegar entre sus piernas al batirse en duelo con su sensualidad de hembra.

Porque todo eso se lo han dicho tantas veces que ya perdimos la cuenta y la aburren a ella y nos aburren a nosotros. Así que ya saben. A renovarse o a quedarse con las ganas.

De nada.