HISTORIAS DEL CLÍTORIS (7)

“Por lo menos no sería una noche perdida”.

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Hola, otra vez. Soy Clítoris de Mónica. Si ya nos conocemos, qué alegría saludarte de nuevo; si eres un recién llegado a mis andanzas entre las piernas de mi poseedora, bienvenido.

Hoy quiero contarte que soy un clítoris aventurero. O, bueno, Mónica es una mujer aventurera y yo, siendo su clítoris, me he vuelto aventurero como ella, aunque confieso que las anécdotas no siempre son agradables de recordar. Es el caso de la que nos ocupa hoy, muy fastidiosa por culpa de la influencia del porno en la vida de algunos individuos, que lo ven como educación sexual y no como mero entretenimiento. Pero ese es otro tema.

Este sujeto llegó a casa de Mónica como a las 10:30 de la noche, después de insistir e insistir; ella le había dicho que no y terminó cediendo. Primer error. En vez de una conversación sexy, habló del abandono de su novia, de su reciente desempleo y lo mal que se llevaba con sus compañeros de casa. Mi dueña fue paciente; antes que nada, es una mujer educada, aunque yo solo me preguntaba en qué momento ese hombre de ojos claros y labios bembos se iba a quitar los calzones.

Él todo compungido le contaba a Mónica sus problemas, ella toda mortificada escuchándolo, y yo nada más podía pensar en que se estaba haciendo más tarde y en que no lo habíamos invitado a la casa para platicar, sino para encuerarlo. Al fin, después de dos horas le dijo a Mónica que esa noche no quería coger, que se sentía culpable y tenía miedo y entonces ella hizo ademán de levantarse para acompañarlo a la puerta y decir adiós.

Escena

Contrario a la intención pronunciada, él se levantó más rápido, la jaló del brazo y le dio un beso. De ese beso sus manos comenzaron a bajar hacia la cintura, las nalgas y yo sentí el despertar de la erección. ¡Bingo! Por lo menos no sería una noche perdida.

Se quitaron la ropa. Ahí conocí al espécimen que seguro me rozaría en unos minutos. Le pidió a Mónica que se la chupara. Obediente que es cuando está caliente, lo hizo. Él parado junto a la cama, ella sentada en el borde. Él gemía, le ponía las manos en la cabeza con ganas de empujarla más adentro; se contenía, eso me pareció caballeroso.

Mónica se acostó en la cama, las piernas muy abiertas. Él frente a nosotras. La penetró rico. La vista de su abdomen marcado, los brazotes, su sonrisa de sexo eran un deleite. Como a los tres minutos le preguntó si se podía venir afuera, yo supuse que era una pregunta por si las dudas y no porque ya estaba a punto y sí, lo que nunca permite Mónica, que le echen la eyaculación en el cuerpo, lo permitió.

Salió el primer chisguete. Le cayó en la cara. De pronto empezó la masacre: veía salir los chorros de semen como agua de una tubería rota, en cámara lenta. Hacia el ombligo, las tetas, el pelo, la cara, los cojines, las almohadas, el edredón, los cajones de la cómoda, el libro en el buró, la pantalla, el piso, el escritorio, el sillón, las cortinas, la lámpara del techo; se vertía en toda la recámara sin piedad, Mónica no podía reaccionar. Él jadeaba y jadeaba y giraba, esparciendo peor su semilla por todas partes.

En cuanto terminó no le dimos ni tiempo de vestirse. A Mónica le urgía evitar que el fluido siguiera absorbiéndose en los muebles y las cortinas. En cuanto terminó de limpiar se metió a bañar con agua caliente y juró por enésima ocasión que por más lujuriosa que estuviera jamás le volvería a permitir a alguien venirse sobre ella sin antes conocer el alcance de sus chorros; no podía volver a vivir otra escena del exorcista versión porno.

O quizá sí. Ya conoces a Mónica: las correrías más alucinantes son su pasión.