HISTORIAS DEL CLÍTORIS (8)

“Me contó en secreto que también era la primera vez”.

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Declaro inaugurada la época de adorar a otros como yo. Todo por el hallazgo de Clítoris de Raquel, la mujer que Mónica conoció el día de la conmemoración de los sismos del 19 de septiembre de 1985 y 2017, en la acera frente al edificio donde trabaja. Las dos mujeres se llamaron la atención en el simulacro de las 12:19 del día; les tocó bajar por las escaleras al mismo tiempo, una junto a la otra. Sé que fue el destino, ni siquiera trabajan en la misma oficina, aunque sí en el mismo piso, el seis.

Al verla Mónica no sintió nada en particular; sin embargo, con la segunda alerta sísmica, la consiguiente evacuación del inmueble y el inicio del zarandeo de la Tierra, en el camellón ellas se tomaron de la mano.

Las huellas dactilares de una en los nudillos de la otra trazaron una corriente eléctrica, en Raquel hacia el pezón de la teta izquierda; en Mónica hacia mi glande, casi instantáneamente humedecido. Mónica recordó la vez que tocó la vulva acuosa de otra mujer y sintió algo muy parecido a la repulsión, lo que la convenció de su heterosexualidad. ¿Entonces qué estaba sucediendo?

De las manos entrelazadas pasaron al abrazo. Un beneficio de los temblores es ese de abrazar sin convertirse en diana de chismosos. Yo tenía ganas de escapar de mi prisión roja de encaje para alcanzar a ese otro clítoris que intuía a través de la tela; me urgía restregarme con Clítoris de Raquel.

Es bien conocida la influencia que tengo en Mónica. No iba a dejarla escapar impune. Ni con un terremoto de por medio. Estoy seguro de que el temblor que nos esperaba compensaría los remordimientos de actuar en la inconsciencia. “¿A la hora de la comida en el elevador C?” Un beso en la comisura derecha de los labios de Raquel cerró el trato.

Banderazo

A las tres facturas, una columna y 40 mensajes de “todo en orden” respondidos, el reloj marcó la hora de la cita. Mónica sacó el polvo traslúcido para eliminar el brillo de la nariz, se miró al espejo y aventó un beso a su reflejo, con la certeza de que la siguiente vez que se mirara en aquella superficie se contaría una historia digna de convertir en ficción.

Y sí.

La locación fue el cuarto de archivo de la oficina de Raquel, la habitación más lejana a la puerta de entrada a la empresa, la menos riesgosa y la única sin cámaras de seguridad. Se acercaron sabiendo que la comida oficinista solo duraba dos horas y ambas estaban hambrientas, tanto como yo. La primera aproximación fueron las bocas muy abiertas, las lenguas en expedición por recovecos y paladares. A ojos cerrados. Raquel acercó la mano a mí, gimió al sentir las bragas empapadas de Mónica; eso la motivó a abrir los ojos para saludarme de beso.

La ropa interior de Mónica quedó enrollada en uno de sus tobillos. Raquel se hincó frente a ella, apretó los muslos con fuerza para separarle las piernas. Solo un poco. Me contó en secreto que también era la primera vez que sucumbía ante el encanto de uno como yo y después confesó en mi superficie sus secretos más escandalosos, como la ocasión en que en ese mismo lugar conoció el falo del gerente de compras. Adicto a las historias como soy, me expandí en ese cosquilleo profano y profundo que tambaleó las piernas de Mónica hasta dejarla sorda.

El pantalón de Raquel no tardó en desaparecer. No traía nada debajo. Se acercaron, de nuevo las piernas ligeramente abiertas. Clítoris de Raquel y yo nos saludamos con anegado gusto y pequeños golpes, nos frotamos a velocidades variables. Más arriba los pezones de Mónica y su nueva amante también se saludaron como en una lucha de espadas donde no existe vencedor ni vencido.

Un nuevo terremoto debajo del ombligo de Mónica me hizo regresar a la realidad y fue el banderazo de inicio de una nueva época, la época de compartir el placer con Clítoris de Raquel.