JUEVES EN ELLA

“Ella lo abraza con todo: con los brazos, con los pies, con el alma”.

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Tocan el timbre. Ella corre a la planta alta. Abre las cortinas de su habitación. Él mete la llave en la cerradura. Miro el reloj y me acomodo en mi sitio habitual. Ella está en la recámara, parada a unos pasos de la entrada. Él aparece. Ella sonríe, levanta los brazos, lo cubre de besos. Él la toma de la mano, la lleva al sillón de la esquina. Lo besa. La besa ansioso, como si no la hubiera visto en años. Ella le desabotona la camisa, le quita el cinturón. Lo sienta para terminar de desvestirlo. Él la mira con lumbre en las pupilas. La arrastra a la cama. Levanta el vestido. Pechos al aire. Bragas invisibles. Desliza la tela por sus brazos. La recuesta. Apenas toca el edredón con la espalda él le abre las piernas. Su vagina brilla. Escurre. La penetra. Ella cierra los ojos. Abre la boca. Con las piernas le abraza la espalda. Él la embiste con fuerza. Encaja los dedos en su pelo. Ojalá yo fuera él. Quisiera olerla así de cerca. Sudar en su piel. Decirle que la amo con un beso en el cuello. Para él es un juguete que le abre las piernas una vez a la semana. Si la amara se quedaría a dormir, no dormido media hora después del orgasmo. Se levantan de la cama. La lleva al tocador. Desaparece la verga entre sus nalgas. Juega con sus pechos. Uno en cada mano. Toma sus pezones con los dedos como pinzas. Ella ríe. Le dice algo. Él suelta una carcajada. Le cambia la cara. La mira depravado. No la merece.

Ruedan

Ella se entrega toda. Él solo coge. Aunque ella me mira, simula que no existo. Soy otro pobre diablo que la ama. Otro de tantos. Soy otro ser invisible a sus ojos verdes. Me enfurece verla disfrutar como una puta. Me duele ver la intensidad que delatan sus labios. Él no se merece el placer que ella le regala a cambio de nada. ¿Será más inteligente? ¿Tendrá más dinero? ¿Será mejor amante? Regresan a la cama. Ella lo cabalga. Sus pechos bambolean. La mira divertida, con una mano le quita el cabello de la cara. Lo atora detrás de la oreja. Ella mueve hacia atrás la espalda. Gira la cadera. Él se saborea. Le sonríe con algo de malicia. Cómo quisiera borrarle esa sonrisa. Quitarle lo recto a su nariz con los puños. Picarle los ojos con los mismos dedos con los que deseo explorar la vagina de ella hasta hacerla empaparme la palma de la mano. Ella se agacha. Él aprovecha para abrazarla. Ruedan. Él vuelve a quedar encima. Escucho sus gemidos. Son como un dolor intenso en las sienes. Una pesadilla. Él deja caer todo su peso sobre ella. Empuja su cuerpo hacia ella, se regocija en sus piernas abiertas. Ella tiembla. Le entierra las uñas en la espalda. Le lame el hombro. Lo muerde. Grita el orgasmo. Él se contrae. Gime. Se estremece. Se deja caer sobre ella. Ella lo abraza con todo: con los brazos, con los pies, con el alma. Se quedan así, como si alguien les hubiera puesto pausa. Un minuto. Dos. Tres. Tantos que son más de lo que puedo soportar. Cierro los ojos. Fuerte. Me duelen los párpados. Mi cabeza estalla. Abro los ojos. Ella está parada junto a la cama. Se viste lento. Él le dice algo. Ella voltea y le responde. El vestido le tapa la cara. Cuando termina de vestirse me mira, y sonríe divertida con los ojos. Es otro jueves a las 5:30 de la tarde.