LITERARIA LIBERTAD

A mí me importan los lectores, la gente que llora, ríe, se excita con una historia.

Mónica Soto Icaza
Columnas
Soto1009.jpg

He dedicado mi vida a los libros. Primero a amarlos, después a escribirlos, luego a publicarlos. Durante 15 años leer manuscritos, crear conceptos y entregarle al autor un ejemplar que superara sus expectativas fue el hilo conductor de mis días. Hasta hace dos años. Decidí retirarme de la edición del trabajo de otros escritores y dedicarme a la mía. Tal vez fue egoísta: era necesario. Hasta hoy decidí contar la historia.

Fui editora independiente. Jamás coedité con el gobierno ni recibí dinero de entes públicos o privados; mi único apoyo era mi entonces marido (y solo al principio, después también él se cansó), quien no entendía por qué trabajaba tanto, por tantas horas, con una entrega que llegó a causarnos muchos problemas, sin recibir un pago justo por ello. Para mí los libros lo valían.

La labor editorial es de un encanto incomparable. Tener la oportunidad de hincarle el diente a una novela inédita, a un poemario que se ha convertido en la obsesión de su autor, al primer libro de cuentos que escribe una adolescente, es un privilegio que nunca he sabido explicar con palabras.

Pero vivimos en un país que padece de “famositis”: si alguien famoso te avala o vienes de una empresa multinacional y multiconocida, entonces vales la pena; si no, puedes seguir echándole ganas.

En la literatura, por ejemplo, es muy común que un autor adquiera prestigio por haber sido publicado por una editorial de gobierno. Todo está muy bien y suena lindo, hasta que te preguntas: ¿Quién lee esas obras? ¿Se publica para elevar el ego, para decir que se tiene un libro, para formar parte de un grupo de intelectuales, para enamorar incautos, o para compartir con los lectores, para seducir hacia la lectura? ¿Publicamos para que nuestros libros estén en bodegas (porque eso pasa con la gran mayoría de esos títulos) o para que estén en manos de la gente?

Eco

Mientras los autores que publicaron gracias a un apoyo gubernamental en la mayoría de los casos no se preocupan por el destino de sus ejemplares, las personas y empresas que lo hacen sin esa ayuda viven a raya, peleando por lugares en las librerías y por la atención de sus clientes potenciales.

Para dar un ejemplo de la competencia desleal que implica ese tipo de subsidios para los creadores independientes hablaré de un hipotético libro que se vende al público en 100 pesos. ¿Cómo se distribuye ese dinero? (Este es un esquema, existen diversos, con porcentajes similares): $50.00 para la librería; $20.00 para el distribuidor; $20.00 para la editorial (esto menos edición, producción, distribución, publicidad, relaciones públicas, etcétera); $10.00 para el autor (si bien le va, porque a veces no llega a ver ni medio centavo).

Tuve que tomar la decisión de continuar sola. Entre autores que creían que tengo un árbol de billetes en el patio, mafias literarias y otros escritores que te cierran puertas simplemente porque no les sirves (sin contactos eres un cero a la izquierda), me di cuenta de que mi camino sería solitario.

A mí me importan los lectores, la gente que llora, ríe, se excita con una historia. Cuando comparto lo que escribo esas ansias por experimentar la libertad a manos llenas y piernas abiertas (también abrimos las piernas para escalar montañas, caminar y para patear traseros), percibo un eco en otros, en hombres y mujeres que desean expresar su lujuria sin que los demás opinen de sus decisiones.

Por eso me decidí a cambiar el rumbo, con todas las implicaciones que eso traería, porque en vez de quejarme de lo injusta que puede ser la vida me he enfocado en crear y compartir. Y por eso quise contar parte de la realidad paralela al mundo literario de los famosos, este planeta lleno de vericuetos, puertas estampadas en las narices y sí, mucha belleza.