¿NI UNA MÁS?

“¿Qué tiene que pasar para que hagan un ejercicio de autocrítica?”

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Margarita Ceceña, quemada viva por sus propios familiares; Luz Raquel Padilla, quemada por sus vecinos; Yrma Lydia, muerta por un balazo de su pareja; Debanhi Escobar, secuestrada y asesinada (y desconocemos aún con certeza qué tanto más); Fátima Cecilia, secuestrada, torturada, violada, asesinada. A los siete años. Cecilia, Antonia, Mireya, Marcela, Renata, Liliana... nombres que son la manera de presentarse ante el mundo, la más superficial; cada una de esas mujeres es una historia, es el amor de alguien, no la casilla de una estadística. Cada una de esas mujeres, víctimas de feminicidio y violencias de otras índoles, son los nombres del fracaso.

¿Por qué la mayoría de las mujeres que conozco ha sufrido algún grado de violencia machista, pero la mayoría de los hombres que conozco sería incapaz de perpetrarla y se indigna cuando hablamos de ello bajo el argumento: “No todos los hombres somos iguales”? Los números y la realidad no cuadran.

Tengo miedo de hacer lo más básico que los seres humanos vinimos a hacer, tengo miedo de hacer mi vida. Y siento rabia. En este país que parece odiar a las mujeres, cada noche que me acuesto a dormir agradezco por seguir viva, por haberme salvado de encontrarme con las personas equivocadas en el lugar y momentos incorrectos.

He luchado por años para ser propositiva, por no ser una víctima, por exponer el acoso y la violencia con hechos y datos y no con quejas, pero cada vez que vuelvo a escuchar una historia de una mujer teniendo que arreglar mil problemas por culpa del ego herido de un señor, crece la rabia; cada vez que veo una ficha de desaparición con la leyenda “encontrada sin vida”, crecen la impotencia y el miedo; cada vez que leo la noticia de otra mujer violada, asesinada, crece el deseo de encerrarme, de callar, de eliminar al máximo la posibilidad de convertirme en un número más de la estadística.

Fuego cruzado

¿Eso quieren? ¿Que las mujeres mejor callemos para no incomodar? ¿Qué es lo que se espera de nosotras, “las hermosas creaciones de Dios para embellecer el planeta Tierra”, “las musas de los poetas”, las “madrecitas santas” que tanto furor provocamos cada 10 de mayo? ¿Debemos abandonar proyectos profesionales, sueños, luchas por la equidad?

¿Quiénes son los enemigos? ¿Por qué tenemos que ser vistas como cosas de las que se puede disponer, si también somos personas? ¿Por qué tenemos que existir con miedo a que alguien se apodere del espacio entre nuestras piernas, ese que solo nos pertenece a nosotras y los violadores entienden del dominio público?

No estoy diciendo que las mujeres seamos seres inocentes, libres de toda responsabilidad de nuestras consecuencias; yo misma vivo desde hace cuatro años acoso y violencia patrocinados por una mujer a quien tengo la certeza de no haber agredido de ninguna manera, en una manifestación de violencia irracional que estoy segura está también motivada por los temores implantados por el machismo para hacernos rivales.

Lo que sí digo es que no es normal que 51% de la población de un país exista en un fuego cruzado. ¿Cómo vamos a crecer, a avanzar, a conquistar los proyectos personales, si debemos utilizar tanta energía, tanto tiempo y tantos recursos en defendernos?

¿Cómo vamos a cambiar esta situación? ¿Cuántas más madres, cuántas más amigas, cuántas más novias, cuántas más esposas, cuántas más conocidas, cuántas más colegas, cuántas más empleadas, cuántas más jefas, cuántas más abuelas, cuántas más nietas, cuántas más hijas necesitan morir para que dejen de decir “no todos los hombres somos iguales” y empiecen a evaluar su probable responsabilidad en ese protegerse unos a otros?

¿Qué tiene que pasar para que hagan un ejercicio de autocrítica para descubrir de qué manera han sido cómplices de ese silencio que perpetúa víctimas? ¿Qué mujer de tu familia tiene que morir para que al fin digas “basta”?