DESPEDIDA UNILATERAL

“Rememoraciones con ternura y cierres perfectos”.

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Existen diferentes despedidas y diferentes clasificaciones para ejecutarlas. Están las despedidas necesarias, que pueden ser por geografía, cuando ocurre un cambio de residencia con lejanía tal, que hace casi imposible la continuación de un vínculo satisfactorio; también pueden ser por lejanía de principios, cuando las ideas y las convicciones son tan opuestas, que hacen imposible la comprensión mutua y la subsecuente continuación del compañerismo.

O suceden las separaciones necesarias cuando hay violencia de por medio: verbal, sicológica, económica, sexual, corporal, ya sea de forma física o pasivo agresiva. En esos casos es imperativo hacer las maletas, meter las pertenencias, objetos y memorias en cajas, dar un giro de 180 grados y caminar hacia el frente como si se borrara la senda que acaban de pisar los pies. Ante los gritos, las amenazas y los golpes no hay posibilidad de negociación.

Existen también las despedidas egoístas, esas en las que la motivación puede ser la necesidad de aventuras en otros vientos o la permanencia de la propia paz mental. Dentro de las egoístas encontramos las caprichosas, cuando se despierta el aburrimiento por el curso habitual de los acontecimientos cotidianos y se dinamitan puentes, seguridad y almohadas por una decisión autónoma de movimiento; o la hormonal, movida en general por los órganos sexuales y sus peculiaridades de antimonogamia, en la que abandonamos barcos perfectamente navegables para tomar otras embarcaciones de características nuevas.

También de las egoístas encontramos la narcisista, esa engañosa que nos habla a la conciencia de que merecemos aires más limpios, parejas más guapas, trabajos más redituables, casas más acogedoras y entonces miramos alrededor y lo de siempre comienza a parecer tan poca cosa, que mejor lo abandonamos para luchar por lo que de verdad coincide con nuestro nivel.

Ser libre

Otra clasificación de despedida son las consensuadas, esas que ocurren entre dos seres con la madurez suficiente y la capacidad vocal necesaria como para culminar alrededor de una mesa con manos entrelazadas, o de pie en un sentido abrazo y que incluyen una lista de agradecimientos sinceros, rememoraciones con ternura y cierres perfectos que no requerirán mayores trámites para el futuro. Estas despedidas son ajenas al drama y a los acontecimientos que inspiran los grandes best sellers.

Y existen, por último, las despedidas unilaterales, como la que vivo en el momento en que escribo estas líneas. Son despedidas sin notificación al destinatario, forzadas por una imperiosa necesidad de mantener la poca cordura remanente. Para llegar a una despedida así ya tuviste que superar la indefensión aprendida y te diste cuenta de que sí puedes marcharte sin decir adiós de frente y que eso no es cobardía, sino una de las formas más heroicas de la valentía.

Y aunque en esta separación apenas voy en la etapa del síndrome de abstinencia de este amante, del olor de su loción contagiada a mi piel por la gracia de un abrazo, de su manera de calentarme el cuerpo entero en tres segundos tan solo con un par de manos y unos labios, de sus ocurrencias que me hacían estallar en carcajadas y fuegos artificiales segundos después de un orgasmo, carcajadas de placer y agonía luminosa, sé que sobreviviré, como tantas veces he sobrevivido antes al corazón roto.

Porque como escribió Amélie Nothomb casi al final de Ni de Eva ni de Adán (autora y libro muy recomendables, por cierto): “El único deshonor es no ser libre”.

Así que adiós.