SUPERACIÓN SIN SUPERACIÓN

“Un estilo nuevo, directo, coloquial, sin florituras”.

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Todo escritor y todo lector que se respete huye de los títulos de superación personal. Se sabe que los devoradores empedernidos de libros poseen tal superioridad intelectual, que no necesitan de la sabiduría de expertos, coaches ni sobrevivientes para explicarse el mundo, motivarse y comprender las relaciones humanas.

Pero como yo soy una simple mortal, amante del encuentro de aprendizaje hasta en las páginas más inesperadas, hoy te recomiendo algunos de los libros que me cambiaron la vida sin ser de superación personal.

El corazón de piedra verde. Salvador de Madariaga. Fue el primer libro que leí por gusto y gracias a él me volví adicta a las historias en páginas encuadernadas. Antes de él veía mucha televisión, telenovelas y todo tipo de programas; después de él esa pantalla puede permanecer apagada por semanas. Tan importante fue, que hasta me hizo encontrar mi vocación. Es una novela romántica en el contexto de la Conquista de México, con datos históricos, drama y hallazgos arqueológicos.

El proceso. Franz Kafka. Cuando lo leí yo también me defendía en un proceso del que los demás parecían tener la información y yo nada más daba vueltas como mosca sobre pared blanca, con jueces genéricos, sin saber a ciencia cierta por qué debía defenderme ni de qué. Demasiados recursos personales invertidos en argumentos sin lógica ni conexión con la realidad. Pero yo no iba a acabar fusilada, por lo menos no sin pelear, como el protagonista.

Novela de ajedrez. Stefan Zweig. Mi primer encuentro con Zweig fue con este libro. Me hizo saber que el autor puede influir de manera auténtica en las emociones de los lectores. Y que mis libros favoritos no eran las novelas románticas, como yo creía, sino las que me enseñaban, involuntariamente, el funcionamiento de la sique humana. Pasa lo mismo con cada uno de sus títulos.

Comunión

Y eso fue lo que pasó. Natalia Ginzburg. Uno de mis mantras de autora siempre fue: “Escribe el libro que a ti te gustaría leer”. Esta historia, tan simple y compleja, me empujó a repensar esa idea y congraciarme con aquellos textos que he hecho y me resultan engorrosos y desagradables. Además, introdujo en mi mente un estilo nuevo, directo, coloquial, sin florituras con el pretexto de hacer literatura. El estilo de Y esto fue lo que pasó tuvo en mí un efecto colateral inesperado: la libertad.

La muerte de Artemio Cruz. Carlos Fuentes. Me lo recomendó un profesor de la universidad como 18 años antes de animarme a leerlo y una vez iniciado no pude parar. Me reconfiguró el concepto de erotismo al hacerme experimentar regocijo en la descripción de los embistes del cuerpo al envejecer, que están narrados como con una obsesión por los sentidos y su contacto con el mundo. Llegué a la conclusión de que el erotismo no nada más tenía que ver con el sexo, sino con una comunión intensa y abierta de la vista, el olfato, el tacto, el gusto y el oído con las manifestaciones del entorno.

El hombre que fue jueves. G. K. Chesterton. Con frases como “Hasta se figuró que oía crecer la hierba” o “Y es que aquel disfraz no lo disfrazaba: lo revelaba”, dejé de sentirme culpable por sentir que perdía el tiempo cuando me quedaba absorta mirando el horizonte, sin hacer aparentemente nada productivo. No se puede escribir algo tan magistral como este libro, con las imágenes tan precisas que creó el autor, sin volverte un experto en observar el entorno en silencio. Fue como respirar profundo sin remordimientos.