TERRITORIOS

Desde estos ojos he sido testigo de vocaciones de día soleado y firmamentos plagados de estrellas.

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Prefiero dejar los ojos abiertos, conservar en el nervio óptico el lunar en tu cuello. Un cuerpo nuevo es como conocer París o ver por vez primera la Casa de la Ópera de Sídney.

Tu territorio es de piel blanca y vello abundante. Ya para este momento en tu espalda habitan algunas marcas rojas, diálogos de mis uñas con tus palabras al oído: “Eres un portento”, “me fascinas”, “qué rico es estar adentro de ti”, “te amo”. Bien lo dijo Isabel Allende: “Una cosa que toda mujer celebra y aprecia es la palabra. Que le digan al oído palabras de amor. No hay estimulante sexual ni romántico más fuerte”. Tú sigues el consejo de la escritora chilena al pie de la letra.

Yo te exploro con mis instrumentos de navegación, te incorporo a mis inventarios: tus orillas hacen resplandecer mis mares.

Estos son mis ojos. Han mirado con lujuria y odio, a las 3:00 de la mañana y a las 13:45:32 de una tarde nublada. En medio del insomnio, la furia y la expectativa. Estos ojos han sido fogata y nube, humo y cristal cortado, linterna y obsidiana sin pulir. Desde estos ojos he sido testigo de vocaciones de día soleado y firmamentos plagados de estrellas.

Esta es mi boca. Ha tocado suave las piernas y con furia los labios. Esta boca tiene predilección por los besos indecentes, sobre todo cuando suceden al sur del cuerpo. Desde esta boca he sido sonrisa y alimento, la he usado por igual para contar verdades que parecen mentiras en forma de historias y provocar orgasmos de piel y de tinta, que para darle a un desconocido las direcciones para llegar al sitio que buscaba, que coincidentemente también era yo.

¡Si mis manos hablaran! Podrían narrar las aventuras épicas que han creado. Relatarían cuentos de poros, folículos capilares y papilas gustativas. Detallarían la textura de todas las superficies de esta y otras ciudades. La temperatura que permanece en el viento al hacer el amor.

Mujer

Aprendí que la mejor ropa para danzar es la desnudez, que un collar de plata es suficiente prenda para explorar el universo, que experimentar lo cotidiano como si el mundo fuera un campo de juegos es la clave de la felicidad.

Amanece. El viaje épico por tu cuerpo ha llegado a su fin y de nuevo estas cuatro paredes vuelven a ser un fragmento del mundo. Es momento de abrir la llave de la regadera para lavar la evidencia de ti, de regresar a ser esposa, madre, mujer responsable y a cargo de su vida, la persona perfecta que tanto han admirado quienes me rodean, sin saber que soy un cúmulo de recuerdos obscenos y brillo en los ojos prestado. Alguien que te hará sentir como si fueras el hombre que más ha amado, aunque en realidad seas uno entre tantos.

Me dejas en la esquina de mi casa. Camino hacia el portón café con algunas manchas de óxido que pronto deberían volver a limpiar. Saludo al vigilante y al subir por el elevador clavo la mirada en los ojos que me devuelve el reflejo.

Esta soy yo: una mujer sin metáforas jugando a ser poeta para disfrazar que lo que más goza en la vida es hacer el amor. No importa tu sexo ni quién seas ni cuándo leas esto.