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Sergio Pérezgrovas
Columnas
CÁNCER TERMINAL

Lo profundo de la tierra, mi amor, está mintiendo, y debo llorar solo.

Edgar Allan Poe


Estuve un par de meses sintiéndome mal por un dolor de estómago que, en realidad, era un cáncer terminal. Al final, y mucho más rápido de lo que pensé, acabaría por arrebatarme la vida. La agonía fue lenta y rápida a la vez. ¿Cómo pude no darme cuenta?

Cuando ya estaba completamente entubada y sin poder hablar, mis seres queridos venían a verme y yo solo deseaba que me desconectaran el tubo que entraba por mi boca.

Además, tenía una sonda por la nariz, una cánula en el lado izquierdo para comenzar las quimioterapias y otra más en el lado derecho.

Me operaron de emergencia porque el tumor había comprimido el colon hasta perforarlo. Mi familia, sabiamente, decidió después de hablar con los médicos que lo mejor era que pasara a mejor vida. Así que el viernes vinieron todos a despedirse, cada uno a su manera, y me fui apagando poco a poco. A eso de las 4:35 ya estaba muerta.

Los trámites fueron algo tardíos, así que me llevaron a la funeraria como a eso de las doce de la noche. Allí me arreglaron para estar presentable ante dicha situación que, dicho sea de paso, nadie esperaba. Estuve sola unas 15 horas. Abrieron la capilla a eso de las cinco de la tarde y me depositaron en un ataúd de madera clara.

Poco a poco el salón se llenó de flores y coronas fúnebres. Mis nietos vinieron todos. Sacaron una foto de mi último cumpleaños, solo dos meses antes de mi partida. La sala se llenó además de mucha gente que me quería. Yo los veía como en una película desde arriba. Intentaba saludarlos pero no me hacían caso. Así pasaron las horas.

Realmente no sabía que hubiera tanta gente que sintiera algo por mí. Mis hijos, nietos y amigos, bueno, hasta mi exmarido estaba ahí. ¿Cómo decirles que ya estoy bien, que el camino apenas comienza, que no hay nada que temer? Yo estoy en paz. La vida me trató muy bien. Viajé por todo el mundo, hice muchos amigos y fui amada en vida. ¿Qué más se puede pedir?

Uno de mis sobrinos reprodujo un Padre Nuestro en arameo, cantado por una bella voz de mujer. Vi cómo los presentes estuvieron en paz. Mi nieto músico dijo unas palabras y abrió una botella de champán que olvidamos en mi cumpleaños. Estuvo conmovido y brindaron por mi gran vida. Fue un momento maravilloso que me llevo conmigo. Estoy tranquila y contenta de haber tenido tantas bendiciones en mi vida.

Morir dos veces

Conocí a todos los que estuvieron acompañando a mi familia. Se abarrotó a tal grado, que tuvieron que encender el aire acondicionado. Se sentía el calor humano. Mis amigas de la infancia lloraban mi pérdida, pero yo era capaz de ver tantas muestras de cariño para mí y mi familia. Al final, yo les había pedido a mis hijos que me velaran 48 horas después de mi muerte, pues es el tiempo que mi alma necesita para acabar de partir. Lo cumplieron cabalmente.

La tradición mexicana dice que uno se muere dos veces, cuando te mueres y cuando te olvidan. Estoy segura de que me tendrán en sus pensamientos y el próximo Día de Muertos pondrán una fotografía mía en el altar, que cada año va aumentando con personas que ya no están en el plano terrenal. Estoy sumamente agradecida con la vida. Aunque mi niñez no fue la mejor, la vida me trató justamente, llena de amor y de seres queridos. La película de mi vida llegó a su fin con un gran final. Y aunque fueron un poco traumáticos los últimos días, físicamente agotadores, estuve rodeada de muchas personas que hicieron el tránsito más llevadero. Sé que van a sufrir por mi pérdida, pero desde aquí les digo que hoy estoy en un lugar mejor.

Voy a pintar el cielo con grandes pinceladas como mis cuadros, escucharé música y comeré a mis anchas.

A mis nietos les deseo una larga y bonita vida como la mía, que cada uno encuentre el camino que los lleve a la plenitud para que, cuando nos volvamos a reunir, estemos todos contentos y en armonía, como lo hemos hecho hasta ahora.

Y como diría la vieja canción de Violeta Parra: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto, me dio dos luceros que cuando los abro, perfecto distingo lo negro del blanco y en el alto cielo su fondo estrellado”.

Pasar a mejor vida.