El 8 de septiembre de 1841 nace, en Bohemia, Antonin Dvorak, un compositor con estilo propio que logró armonizar lo mejor del periodo romántico con el folclore y el nacionalismo.
Comenzó a los 16 años con estudios de piano, órgano y, particularmente, de viola. De hecho, en la Ópera Nacional de Praga fue violista y violinista. En julio de 1863 participó en un programa dedicado a Wagner, a quien admiraba muchísimo y que fue dirigido por el homenajeado. Su situación económica era precaria, lo que le llevó a aceptar todo tipo de ofertas, incluidas la de tocar en restaurantes y salones de baile de Praga.
Ya en el campo de la composición fue maestro en el Conservatorio de Praga. Su primer Quinteto para cuerdas (1861) lo cataloga con el opus 1, mientras que su primer Cuarteto de cuerdas lo clasifica en el opus 2. Así iniciaba lo que sería una gratificante y fructífera carrera que al día de hoy nos sigue conmoviendo.
Tuvo pocas presentaciones en público con sus composiciones. De hecho, su primera obra que fue interpretada públicamente —sucedió en 1871— se trató de la canción Reminiscencia. Así pasaron los primeros años de esa década, con estrenos aquí y allá, pero sin mayor trascendencia.
En 1874, cuando tenía 33 años de edad, ganó el Primer Premio del Estado de Austria en Composición, lo que le dio un gran ánimo para seguir adelante. Por cierto, como parte del jurado calificador estaba el mismísimo Johannes Brahms. Además, Dvorak recibió una buena cantidad de dinero, misma que —como usted, lector, se podrá imaginar— le cayó como gloria.
Luego vinieron, entre otras obras, sus famosas Danzas eslavas (1878), las cuales fueron inspiradas por las correlativas Danzas húngaras, de Brahms. Cuenta la leyenda que este habría recomendado a nuestro compositor que las escribiera, pues tendría una mejor recepción entre un público que deseaba algo más ligero. Estas Danzas recorrieron las salas de teatro de Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Fue precisamente a este último país a donde se mudó en 1892 para dirigir el Conservatorio Nacional de Nueva York.
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Su estancia ahí marcó un nuevo estilo en su obra, pues lo cautivaron los ritmos y formas afroantillanas y de pueblos originarios. Y para ese entonces, en 1893, la Orquesta Filarmónica de Nueva York le encargó escribir una sinfonía, la hoy conocida y reconocida sinfonía Desde el Nuevo Mundo (la Novena), y lo era para él. En especial, su tercer movimiento molto vivace es una imitación de las pequeñas canciones de reservaciones indias.
También durante su estancia en Estados Unidos compuso el magnífico Concierto para violonchelo y orquesta. Ya había recibido, para ese entonces, el Doctorado Honoris Causa de las universidades de Cambridge, Viena y Praga. En 1900 compuso su ópera Rusalka, la única que realmente ha trascendido, sobre todo por su bellísima aria La canción de la luna (les recomiendo escucharla con Renée Fleming o con Anna Netrebko, insuperables). Quienes tuvieron una buena dosis de influencia en sus composiciones fueron Schubert, Brahms, Liszt y Wagner.
Un lugar especial tiene su obra religiosa, especialmente el stabat mater, el oratorio Santa Ludmila, el Réquiem y su Te Deum. La Serenata para cuerdas ocupa un lugar especial entre mis favoritas, pero debo destacar sus sinfonías. Mi director de orquesta predilecto para ellas es Rafael Kubelik. Y de entre ellas me quedo con la séptima, la octava (escuchar el tercer movimiento de ambas) y, desde luego, la Novena.
El Festival Internacional de Música de Dvorak, en Praga, es un acontecimiento que se repite anualmente como homenaje perpetuo para el gran compositor checo. Dvorak falleció en Praga el 1 de mayo de 1904.
¡Viva la música!