El anuncio del secretario de Comercio de Estados Unidos, Howard Lutnick, sobre la inminente aplicación de aranceles a diversos países del mundo, sin excepciones ni periodos de gracia, marca un punto de inflexión para México.
Mientras el presidente Donald Trump consolida acuerdos comerciales con la Unión Europea, Filipinas, Japón e Indonesia, México sigue sin un pacto claro, atrapado en una combinación de desventajas externas y problemas internos que amenazan su competitividad global.
El acuerdo con la Unión Europea, que incluye un arancel de 15% a la mayoría de sus bienes y un compromiso de compra de 750 mil millones de dólares en energía estadunidense, refleja la capacidad de Trump para imponer su agenda.
Para México esto implica un riesgo doble: perder competitividad frente a bloques que negocian rápidamente con Washington y quedar rezagado en un mundo donde las reglas del juego cambian rápidamente.
La entrada en vigor de una nueva ronda de aranceles el 1 de agosto de 2025 a nivel mundial, anunciada por Trump, se presenta para nuestro país como una consecuencia de la incapacidad para abordar el crimen organizado y el tráfico de fentanilo. El gobierno mexicano, sin embargo, opta por culpar exclusivamente a EU, evitando asumir responsabilidad por su propia inacción.
En lugar de abordar las acusaciones de complicidad con el crimen organizado, el gobierno destaca la “soberanía nacional” y presenta los aranceles como una agresión unilateral de Trump. Esta estrategia busca desviar la atención de los problemas internos, pero ignora que la falta de acciones contundentes contra casos de alto perfil como el de Adán Augusto López debilita la posición de México en las negociaciones, permitiendo a Trump justificar aranceles con argumentos de seguridad nacional.
Tiempo
México enfrenta un dilema crítico: o se alinea con las demandas de Trump, lo que podría implicar concesiones dolorosas, o se arriesga a quedar aislado en un sistema comercial donde otros países están cerrando acuerdos bilaterales.
Sin embargo, el gobierno parece más ocupado en proteger alianzas políticas que en enfrentar estas realidades.
México, históricamente dependiente de su integración con Norteamérica, debe repensar su lugar en un mundo donde las alianzas son cada vez más pragmáticas y menos ideológicas. Es evidente que se necesita una política exterior proactiva que diversifique socios comerciales y fortalezca su posición negociadora, algo que no se logrará sin un compromiso serio para combatir la corrupción y el crimen.
La pregunta no es solo si México puede negociar un acuerdo con Trump, sino si tiene la voluntad de abordar los problemas estructurales que lo atan a un destino de vulnerabilidad.
En un mundo que se realinea rápidamente, el tiempo para actuar se agota.