EL AULLIDO

Sergio Pérezgrovas
Columnas
AULLIDO

Diferentes en la vida, los hombres son iguales en la muerte.

Lao-Tsé

Tarzán ha estado rodeado desde sus inicios de misterios para la mayoría de los mortales. En el caso de Johnny Weismüller no se salvó: se casó cuatro veces y toda su fortuna se le fue en sus primeras cuatro mujeres, (Bobby Arnot, 1931-1933; Lupe Vélez, 1933-1939; Beryl Scott, 1939-1948; y Allen Gates, 1948-1962).

María Brock (1963-1984) fue la única que lo cuidó hasta el final de su vida; terminó internado en un neurosiquiátrico, vistiendo una bata blanca mientras les escupía a los demás pacientes; trataba de hacer el grito que lo caracterizó, sin lograrlo.

Johnny afirmaba que el famoso e icónico grito era invento de él, que contenía su voz y era un aullido que emulaba los cantos tiroleses, ya que él era de origen austríaco; en parte era cierto, pero fue el ingeniero Douglas Shearer quien amplificó el sonido de una hiena reproducido al revés, una nota de la cantante soprano Lauren Bridges, el llanto de un camello y el raspado de una nota en sol de un violín.

Cuando niños tratábamos de repetir el sonido, pero era imposible, pues no es un sonido humano; este es capicúa o simétrico. Esto quiere decir que suena igual si empiezas por el final. Por supuesto que el nadador olímpico no pudo realizarlo, sobre todo cuando se encontraba ya enfermo.

El bramido de Tarzán de los monos lo intentaron registrar, pero después de diez años de pleitos y litigio fue rechazado por los organismos de la Comunidad Europea, que en su defensa alegaron: “Es imposible reconocer si el sonido es representado por la voz humana u otra cosa como, por ejemplo, la melodía de unos violines, unas campanas o el ladrido de un perro”.

Hay que recordar que la primera vez que se usó fue en la película Tarzán de los monos, en 1932.

Lo importante es saber por qué nunca lo pudimos imitar, cuantas veces lo intentamos. Mi querido Jaime Aljure está entre los que, como yo, lo trataron en vano.

Por último, a Johnny le pusieron un foniatra, pues no podía hilvanar ni una sola palabra y aún así realizó la friolera de doce películas, claro que en todas se escuchaba su aullido que ahora sabemos era falso.

Vecinos

En la colonia Noche Buena, en una pequeña casita, había una señora que se la pasaba gritando cual aullido del mismísimo Tarzán de los monos.

Uno de los vecinos ya la había reportado, pues la señora, de nombre María Eugenia Márquez, todas las mañanas comenzaba su rutina con el grito, que además era a las cinco de la mañana.

El vecino, desesperado, intentó hablar con ella —quien no le hacía el menor caso— porque, para acabarla de fregar, eran vecinos de pared con pared. Él, cuando ella comenzaba su bramido, golpeaba el muro sin obtener respuesta y ya estaba hasta la madre: al parecer María Eugenia lo hacía a propósito, para molestarlo.

La policía no podía hacer nada porque el único que escuchaba los gritos era él. Además, el tipo se apellidaba Malacara Buen-Oído —cuestiones de su familia. Su abuelo materno era otorrinolaringólogo y cambió su apellido por el de Buen-Oído.

El señor Malacara Buen-Oído una mañana, antes de las cinco, se levantó, sacó una llave perico, tocó a la puerta de su vecina; al abrirla, toda espantada, María Eugenia recibió sendos madrazos con la llave perico en la cabeza, hasta dejarla muerta. Por fin podría dormir hasta tarde, pensó el asesino.

El cuerpo fue hallado hasta el lunes por la tarde, cuando la ayudante encontró el cadáver. Llamaron al MP, que no pudo con el caso. Tris se enteró en la comisaría. Él sospechaba que había sido el vecino, pues su sexto sentido algo le decía. Además, después de unos días encontró un pequeño rastro de gotas de sangre que llevaba a la casa contigua y que nadie notó (bola de pendejos). Supo que el arma era un perico grande por las huellas en la cabeza y el rostro.

Esperó tres semanas y pasado ese tiempo fue a visitar al vecino. Tocó la puerta y le pidió a Malacara Buen-Oído su llave, porque le dijo que se había descompuesto su batería y necesitaba una para poderla quitar. El incauto no se dio cuenta de lo que tramaba Tris.

Cuando le prestó la llave, antes de sorrajarle un par de pericos en la cabeza, Tris le preguntó:

—¿Por qué la mató con un perico?

El tipo confesó:

—Porque se la pasaba aullando en la madrugada, como si fuera Weissmüller, y gritaba cual perico.

El hombre cayó muerto. Como siempre, nadie vio nada. A la mañana siguiente la misma mujer que encontró el cuerpo de María Eugenia descubrió a Buen-Oído muerto en la entrada de su casa. El caso sigue sin resolverse.