EL CHANTAJE COMO POLÍTICA

Lucy Bravo
Columnas
POLÍTICA

Una semana más, una avalancha más de escándalos en la política estadunidense. Sí, en menos de siete días el expresidente Donald Trump amenazó a sus socios de la OTAN; los republicanos de la Cámara de Representantes aprobaron someter a un juicio político al secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, por su manejo de la frontera; el Departamento de Justicia exoneró al presidente Joe Biden por llevarse documentos secretos, pero le soltó tremenda bomba retórica llamándolo “señor mayor bienintencionado y con mala memoria”.

Claramente no fue una buena semana para el habitante de la Casa Blanca. Y es que en la misma rueda de prensa en la que pretendía defender de su “buena” memoria, Biden tuvo un pequeño lapsus en el que confundió al presidente de México con el de Egipto.

Pero a todo esto hay que sumar que se avivaron varias teorías de conspiración entre los seguidores de Trump. Que si el Superbowl estuvo amañado, al igual que la elección presidencial y los juicios contra el republicano. Ni la relación entre Taylor Swift y el jugador de la NFL Travis Kelce se salvó, ya que varios aseguran se trata de un complot del Pentágono para asegurar la reelección de Biden.

Sí, todo eso tan solo en los últimos siete días.

Doble rasero

Claramente, esta contienda electoral no será limpia. Y a partir de ahora, en vez de centrarse en temas mucho más trascendentales en un momento en que el mundo está cada vez más convulso, la elección será básicamente una opción entre senilidad o delirio.

O al menos eso dice la más reciente encuesta de Ipsos, la cual encontró que 59% de los estadunidenses cree que ambos posibles candidatos son demasiado viejos para un segundo mandato, mientras que 27% solo cree que Biden lo sea, frente a 3% que piensa lo mismo de Trump.

Que los 81 años de Biden sean su mayor vulnerabilidad no es sorpresa. Lo que sí sorprende es que los 77 años de Trump no lo sean. Aunque los dos hombres nacieron con menos de cuatro años de diferencia, al parecer hay un doble rasero. No por nada los estadunidenses parecen atrapados en su propio laberinto político. A 264 días de la elección, 65% de la sociedad se siente agotada cuando piensan en ella, mientras que 55% se siente enojada. Por el contrario, solo 10% se siente esperanzada y un escaso 4% está entusiasmada.

Pero más allá del desencanto y la estridencia, la última semana también ha servido como un atento recordatorio de que el mundo atraviesa uno de los momentos más delicados desde la Segunda Guerra Mundial; y que la sique de la nación que hasta ahora ejercía su poderío unipolar simplemente no está en condiciones de hacerle frente.

Todo parece indicar que el ritmo que marca Trump es el del caos. Un caos que ya está cobrando factura por adelantado.

Si no lo cree, basta con preguntarle a un soldado ucraniano postrado en una trinchera en pleno invierno; a un migrante varado en la frontera sur de Estados Unidos; o a un refugiado palestino en la ciudad de Rafah.

Y lo peor de todo es que el establishment estadunidense se ha rendido ante el chantaje.