La política exterior de México enfrenta un momento decisivo, una encrucijada que trasciende cualquier gesto diplomático. Por un lado, un camino lleva a la complicidad ideológica con regímenes autoritarios de izquierda o a alianzas tácitas entre la clase política y el crimen organizado. Por otro, está el pilar comercial y estratégico clave: la relación con Estados Unidos. Pero México enfrenta no solo el inminente choque de trenes entre sus alianzas ideológicas y su relación estratégica con EU, sino también el peligro de que las vías mismas —su estabilidad y soberanía— se desintegren bajo el creciente poder de los cárteles, que socavan territorios y estructuras con una autoridad casi paralela a la del Estado.
El primer tren —la complicidad ideológica o estratégica con dictaduras que operan como narco-Estados o al menos que coluden con redes del crimen— representa un riesgo existencial para México. Diversos análisis advierten que las alianzas entre cárteles, regímenes de izquierda y sectores del poder no son mera conspiración sino un fenómeno estructural en América Latina. Y si México acepta pasivamente ser aliado diplomático o comercial de esos regímenes, entonces la “no intervención” deja de ser principio y se convierte en una coartada para ocultar complicidad.
El segundo tren, la salvaguarda de la relación comercial con EU, es aún más crítico. México es el mayor socio comercial de esta nación, con fuertes lazos en seguridad y migración. Sin embargo, la diplomacia del actual régimen mexicano se ha inclinado hacia un apoyo explícito de las dictaduras de Cuba y Venezuela, poniendo en riesgo directo el músculo económico y estratégico del país.
El peligro es doble: México no solo arriesga la confianza de EU, sino que también envía la señal de que puede priorizar relaciones contrarias a los intereses de Washington, a pesar de que estos están entrelazados con los de México. Al proclamar su soberanía apoyando regímenes antidemocráticos, México incurre en una incoherencia estratégica que amenaza su relación clave para el mercado, el combate al narcotráfico y la migración irregular.
Cambio de rumbo
Ha llegado el momento decisivo. No bastan declaraciones ni gestos simbólicos: el mundo observa si México cumplirá con su rol en la seguridad hemisférica, si liberará su territorio del crimen organizado y si priorizará a su gran socio en su estrategia, o si las alianzas ideológicas y criminales marcarán su camino. Las negociaciones de revisión del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC), la creciente presión del Congreso de EU para vigilar el cumplimiento de México en seguridad y antinarcóticos, y los anuncios de posibles aranceles o bloqueos son señales claras de que el conflicto se acerca.
Si México no cambia de rumbo y no detiene el tren de la complicidad y la ambigüedad, arriesga no solo perder credibilidad internacional, sino convertir su mayor activo —la relación con EU— en un pasivo. Sería una tragedia histórica: un país con inmenso potencial económico, geográfico y social, pero que, por sus alianzas inconfesables, se desvía hacia el abismo.
La soberanía no es, ni nunca fue, un escudo para evadir responsabilidades. Ser soberano implica decidir no solo en contra de otros, sino a favor de uno mismo: protegerse del crimen, reconocer las debilidades y alinear las estrategias de largo plazo con los verdaderos intereses nacionales. México enfrenta esa prueba crucial. El tren está a punto de llegar a la estación, y la decisión es inescapable: o elige el rumbo del fortalecimiento y la claridad estratégica, o se condena a un descarrilamiento histórico.

