LOS CONFLICTOS COMPLEJOS

“Se cuestiona la estabilidad y cotidianeidad del Estado”.

Javier Oliva Posada
Columnas
CONFLICTOS

Luego del estudio y análisis de la numerosa serie de conflictos que vivimos al menos desde el inicio del siglo XXI, así como de la lectura de una pequeña parte de la ingente producción académica y científica sobre los temas de los sectores de defensa, seguridad e inteligencia, se puede llegar sin mucha dificultad a la conclusión de que incluso el léxico, ya no digamos la metodología, ha sido ampliamente superado por las características que han surgido en las dinámicas de la lucha por el poder a nivel mundial y local.

Es decir, que los instrumentos científicos y académicos con los que desde las ciencias sociales contábamos para estudiar y proponer opciones de solución no nos son más de utilidad.

Baste referirnos a dos de los más recientes conflictos: la invasión de Rusia a Ucrania y la confrontación entre la organización terrorista Hamás y las Fuerzas Armadas de Israel: ninguno de esos dos casos puede representar, ni de lejos, lo que en el siglo XX y aún antes se denominaban “conflictos convencionales”.

Incluso la violencia criminal que agobia a varias partes de nuestro país queda, por mucho, fuera de los esquemas analíticos respecto de las capacidades destructivas y desafiantes del crimen organizado, al igual en el caso de lo que sucede en Colombia desde hace varias décadas.

Los arquetipos en las ciencias sociales son de mucha utilidad para, dado el caso, explorar opciones de solución a un problema o tensión determinada. La consistencia de las instituciones que fortalecen la práctica de la democracia, la aplicación de la ley, la dinámica de los sistemas sociales (religiones, razas, minorías sexuales) o el respeto al medio ambiente son, entre otras evidencias, las rutas que apuntan hacia la convergencia de intereses y, por fin, a las negociaciones.

En cambio, vivimos la irrupción de variables que, si bien ya estaban presentes, en su creciente e inesperada manifestación han propiciado severos desajustes, conduciendo a escenarios de violencia y destrucción no pensados.

Presiones

Las guerras como las hemos visto y leído, sea en documentales, películas, novelas, reportajes o estudios, han sido superadas en cuanto a la naturaleza de sus componentes. Terroristas, delincuentes, ciudadanos armados, religiones, drogas, pobreza, migraciones, entre otros muchos otros factores, se combinan para desafiar e incluso presentarse como antagonismos del Estado e incluso poner en predicamento su viabilidad. La coexistencia violenta (que no convivencia) de organizaciones armadas legales, de organizaciones armadas paralegales y de organizaciones armadas ilegales propicia a todas luces un escenario de fuertes presiones sobre el funcionamiento de los sistemas político, social, productivo y jurídico: en suma, se cuestiona la estabilidad y cotidianeidad del Estado, las instituciones y el gobierno.

Clasificar a los conflictos violentos, armados y extendidos de nuestros días como complejos, de entrada, no es en sí un gran avance. Incluso, en primera instancia, en vez de procurar una mejor y más profunda comprensión pareciera que se trata del lugar común de decir que “son difíciles de explicar”.

Sin embargo, la acepción de complejidad contenida en la obra del filósofo alemán Niklas Luhmann (1927-1998) es la que ofrece mejores elementos analíticos orientados por la simultaneidad, la simetría e interconexión: los conflictos complejos concentran las desventajas y ventajas tecnológicas de nuestra civilización; virtudes y defectos de las sociedades; esperanzas y fracasos en la política.

Lanzarnos a comprender los conflictos complejos es iniciar una ruta comprometida para entender que sí hay posibilidades de solución. Y ese es el reto.